Catlett: El arte como voz del silencio

Por Rogelio Rivera Melo

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Heroísmo Agonizante 101

Catlett: El arte como voz del silencio.

En el número 61 de Kya!, analizamos el papel del arte como herramienta de equilibrio político, en la obra artística de Elizabeth Catlett, una de las principales activistas a favor de los derechos sociales.

¿Cómo se hace surgir una voz entre aquéllos a quienes se ha silenciado por generaciones? ¿Cómo se logra crear una identidad y un sentido de pertenencia entre aquéllos a los que se excluyó por décadas?

Elizabeth Catlett, pintora y escultora afroamericana, lo logró a través del barro y la arcilla cocidos, de la madera y la piedra talladas, del arte como un símbolo de una cultura que no existía.

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«Phillis Wheatly«.
Escultura en bronce por E. Catlett.
Colección del National Museum of African American History and Culture.

La segregación y el racismo que se vivía en los Estados Unidos de América a principios del siglo XX, se muestran como uno de los más grandes escarnios de la humanidad hacia sí misma. En ese país, los afroamericanos sufrían las vejaciones y humillaciones de la cultura WASP (White anglo-saxon protestant, protestantes blancos anglosajones).

Elizabeth Catlett, nacida en 1912, nieta de esclavos africanos liberados, hija de profesores y artista talentosa, vivió en carne propia el rechazo de la sociedad. A pesar de haber obtenido un lugar para estudiar en el Instituto Carnegie de Tecnología de Pittsburgh, se le negó la matrícula en esa institución por el color de su piel.

Ese incidente marcó su percepción sobre el futuro de la cultura afroamericana. “La importancia del arte solo se puede medir de acuerdo a lo que ayuda en la liberación de nuestra gente”, declaró posteriormente sobre el hecho.

Comenzó a desarrollar una identidad afroamericana a través del arte. “Usa tu cultura y tu comunidad como el tema central de tu arte”, le sugirió Grant Wood, su maestro de escultura y mentor en la Howard University.

“Desde el inicio de su carrera, Catlett fue parte de un amplio grupo político formado por artistas de diferentes orígenes étnicos, comprometidos con la justicia social” escribió Melanie Anne Herzog, en «Elizabeth Catlett: In the image of the People«, su biografía.

Sus esculturas, pinturas y litografías se comenzaron a convertir en  manifiestos del movimiento de los derechos civiles. En un momento histórico donde se esperaba que los afroamericanos se asimilaran a la cultura eurocéntrica, la decisión de Catlett de enfocar su producción artística hacia su identidad étnica fue un parteaguas en el empleo del arte como herramienta de equilibrio político.

Poco a poco, gracias a su talento y al uso político de su arte, fue desmoronando los estereotipos existentes en la década de 1940. En ese tiempo no había muchas mujeres afroamericanas que gozaran de la fama que sus obras le daban. Fue nombrada directora de arte de la Universidad Dillard en Nuevo Orleans. Luego se mudó a Nueva York, donde se convirtió en parte fundamental del movimiento artístico feminista.

Su entendimiento de la identidad cultural y sus experiencias contra el racismo tuvieron un cambio radical cuando, en 1946, recibió una beca para viajar a México. Ahí trabajó en el Taller de la Gráfica Popular donde conoció al artista mexicano Francisco Mora, quien le ofreció enseñarle español. Acabarían casados.

Aunque se convirtió en ciudadana mexicana en 1962, el Departamento de Estado del gobierno estadounidense la declaró extranjera non grata en 1959, debido a sus vínculos con los comunistas mexicanos.

Debido a la admiración que le representó su producción, se volvió motor de la comunidad artística de Cuernavaca, donde estableció su residencia. Fue la primera mujer que dio clases de escultura en la Universidad Nacional Autónoma de México y, luego, directora del Departamento de Esculturas de esa escuela.

En su país adoptivo, Catlett hizo suya la lucha de clases de los obreros mexicanos y se interesó en el papel que tiene la mujer en México. Su maestría artística se dirigió a representar la condición humana, la justicia y la injusticia social en Estados Unidos y México.

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«Alphabetizando«.
Litografía por E. Catlett.
Colección privada.

Elizabeth Catlett nunca dejó de luchar a través del arte para fomentar el cambio social. La serie “Soy una mujer negra”, creada en 1947, agrupaba pinturas, esculturas y grabados que exaltan la figura materna afroamericana. “Quiero mostrar la historia y la fuerza de todas las mujeres negras”. “Homenaje a mis jóvenes hermanas negras” y “Unidad Negra, de 1968, se convirtieron en los emblemas de la lucha por la dignificación de su pueblo. “Siempre he querido que mi arte le sirva a mi gente – para reflejarnos, para relacionarnos, para estimularnos, para darnos cuenta de nuestro potencial”, escribió.

Catlett mostró durante toda su vida que el arte no da prerrogativas a clases sociales, etnias o géneros. “El arte puede hacer que la gente tome conciencia de las cosas. Para quienes tienen prejuicios, puede hacer que vean la situación desde otra perspectiva, hacerles notar que otras personas en otras culturas tienen experiencias similares”.

Elizabeth Catlett demostró que cualquier forma de arte es la mejor manera de amalgamar personas, creencias, credos, ideas y pueblos en algo llamado Humanidad.

La creación artística sirve también como un arma política y social, como un efectivo método para erradicar la discriminación y la desigualdad. El arte es un inigualable modo para dar voz a quienes no se les permite hablar. El arte es la perfecta voz del silencio – el grito de los que no pueden expresarse. Un grito de Kya!

Vivir en lo fantástico. Realidad y fantasía en obra de Remedios Varo.

Por Rogelio Rivera Melo.

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Vivir en lo fantástico implica no conformarse con el mundo real y dejarse envolver por el embrujo de la imaginación, propia y de los demás. En Kya! analizamos la obra de Remedios Varo a la luz de esta premisa.

Vivir en lo fantástico. Con esa frase puede resumirse la obra de la pintora Remedios Varo. La artista nacida en España y fallecida en México, siempre trató de dar a la realidad un toque de fantasía que la volviera más soportable.

Para la española, vivir en lo fantástico, era una manera de no dejarse atrapar por la realidad de un mundo donde la mujer era relegada a un segundo término, en un tiempo en que la crudeza de la guerra y el escepticismo social eran moneda corriente.

El trabajo de Remedios Varo se basa en la búsqueda de una dimensión metafísica y espiritual. Es a través de esa exploración que logró generar una metáfora del mundo interior y el cambio existencial en su propia vida, alejándose de los conceptos canónicos de movimiento y equilibrio.

A través de sus cuadros, Remedios Varo transforma la realidad siniestra en pozos de poder, tanto para la propia artista como para quienes los observan. Al integrar el elemento fantástico en la vida diaria, su obra alcanza una energía capaz de transformarla, llevándola de la certeza definida hacia un espacio de preguntas sin respuesta específica. Sus pinturas evocan un lugar abierto a la interpretación, al presentimiento, a la adivinación, incluso.

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La historiadora de arte Janet Kaplan, biógrafa de Varo, describe el cuadro “Bordando el manto terrestre”, como: “… niñas cautivas en una torre, trabajan como en un scriptorium medieval, bordando el manto terrestre de acuerdo a los dictados de una “Gran Maestra”. Esta figura encapuchada lee el catecismo de instrucciones mientras revuelve un caldo de ebullición en la misma vasija alquímica de donde las niñas sacan el hilo de bordar. Cada niña trabaja sola, bordando imágenes hacia una tela continua que sale de los bastidores por una ranura hacia los costados de la torre”. Kaplan considera que esta obra representa la estadía juvenil de Remedios en un convento, con largas y tediosas horas frente a un bordado mientras alguien les lee textos religiosos.

El poder semántico que emana la obra de Varo no es casualidad. La autora era una ávida consumidora de todo tipo de literatura. El lenguaje visual que emplea en su trabajo se basa en sus estudios sobre la alquimia, el misticismo, el tantrismo; en el psicoanálisis y las escrituras religiosas bíblicas, la filosofía neoplatónica y la cábala.

Así, “Bordando el manto terrestre” se convierte – de modo casi alquímico – en una metáfora al poder creador de la mujer como dadora de vida, como artesana del mundo a través de su tejido. De sus manos prisioneras se engendran las torres, los lagos, los árboles, la Tierra. Peter Engel dice que “el proceso de creación artística y científica en el trabajo de Varo, está relacionado a la creación ritual del mundo, un acto poderoso y simbólico, en el cual los personajes toman el destino en sus manos mientras simultáneamente afirman la omnipotencia del ser que lo creó”.

La compilación que Isabel Castells hace de los escritos de Remedios Varo en “Remedios Varo: Cartas, Sueños y otros textos”, así como su biblioteca y sus cuadernos, reflejan la dimensión del pensamiento de la artista en relación a la proyección de lo mágico y lo esotérico a la propia vida.

Los libros de la biblioteca de Remedios Varo permiten entrever la influencia que varios escritores (Hesse, Stendhal, Novalis, Gurdjieff, Katherine Mansfied, Bradbury, Huxley, Cocteau y Dion Fortune) tuvieron en muchas de sus obras.

En “Letras portuguesas”, de Mariana Alcoforado, por ejemplo, se puede encontrar un pasaje donde una monja del siglo XVIII se enamora de un oficial francés al verlo desde una ventana del convento en el que vivía. Al parecer, Varo utiliza esta referencia literaria para su pintura “La huída”, que representa a un grupo de mujeres que salen de una cárcel resguardada por pájaros.

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Las experiencias de viaje que Varo tuvo en su infancia y juventud también se reflejan, de acuerdo con Edouard Jaguer, en sus obras: “en los cuadros de Remedios circulan, por montes y valles, los vehículos más extravagantes que puedan imaginarse…”

André Breton la llamó una de las más grandes surrealistas, pero Remedios logró alcanzar la categoría de alquimista, conjugando en su obra, las ciencias exactas y las ocultas, el arte, la realidad y el ensueño.

Remedios Varo, con su obra, nos muestra que cuando fantasía e ilusión se funden con la realidad, comienza un proceso creativo que se vuelve, por llamarle de un modo, impresionante.

Nos enseña que cuando uno comienza a vivir en lo fantástico, comienza a ocurrir lo imposible y que la locura permite ver el mundo por encima de su realidad. En palabras de la propia Remedios, “pensándolo bien estoy más loca que una cabra…”

Y en Kya! nos alegramos de su locura.

La Casa Azul en Zaandam.

Por Ana Ceballos

Titia. Repites tu propio nombre mientras tomas las valijas que sólo tienen lo necesario: algunos vestidos, tus guantes preferidos, collares que alcanzaste a tomar antes de huir de tu hogar. Titia, Titia, Titia. Abres la puerta y sientes frío, el viento sopla con fuerza, pero más estremecedor que el frío, es el alivio que obtienes al ver a tu hermana que aguarda impaciente por ti. La tomas de la mano y es entonces cuando sabes que no vas a volver nunca.

Apenas ha dejado la cerca del jardín atrás, te encuentras con un hombre sentado en una roca, tiene un cuaderno de dibujo en el regazo, te mira directo a los ojos y pregunta si puede retratarte, asientes con la cabeza, él observa la que solía ser tu casa y hace trazos. Te detienes, sientes que algo oprime tu pecho. Volvieron a tu mente imágenes que te acompañaron muchos años: bastidores, lienzos, óleos, pinceles de todos tamaños, cuadros en el suelo; Karel hablándote sobre una exposición, Karel bebiendo, Karel fumando, Karel iracundo, Karel tomando tu cintura fuertemente, el puño de Karel en tu rostro la noche anterior. Volvías de una reunión de Literatura y estabas emocionada por contarle de la nueva novela de aquel ruso cuyo apellido aún no recuerdas. Él estaba en el salón principal durmiendo; parecía que vestía andrajos, había botellas vacías tiradas en el suelo. No te pareció nada nuevo, sólo suspiraste y mejor te anduviste a dormir. Por la mañana, Karel seguía en el mismo lugar, comenzaste a ordenar el salón y cuando despertó, lo único que encontró cerca, para vaciar su rabia, fue tu cuerpo, que siempre trató como un objeto.

Cuando la gente pregunte, tú no dirás nada. Llevarás el secreto siempre. La Sociedad Holandesa de Artistas no podrá saber que Karel Van Santen, el renombrado pintor, el orgullo del país, golpeaba a su mujer. Andarás silente por las calles, fingiendo ser la de antes, Titia Groen, la gran esposa de Van Santen. Pero dentro de ti sabrás que has roto todo cuanto te ataba a él. No volverás jamás a las exposiciones pretenciosas, ni a las cenas donde todos hablan de asuntos que a la alta sociedad concierne mientras usan máscaras que no les van. Habrás desechado una parte importante de tu vida, por fin.

En un parpadeo dejas de memorar, tu hermana te agita por los hombros, pregunta qué ha pasado, tú sonríes mientras abandonas al hombre que, sentado en una roca, hace trazos en su cuaderno de dibujo, que con suerte, ésta será la única reminiscencia que quedará; abandonas también la casa azul, los aromas de Zaandam y a Karel… sobre todo a él.

Remedios para los sueños

                                                                                                                                                                  Por Andrea J. Roldán

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AURORA
Flautistas, doctores, vagabundos, amantes, cazadores de astros y demás figuras emblemáticas han sido protagonistas de las grandes obras de Remedios Varo, quien ha sido la mayor representante del movimiento logicofobista, una corriente del surrealismo que llevó al subconsciente a otro nivel.
Mirar detenidamente los óleos de Remedios es buscar una explicación alterna a nuestra realidad, es caminar por aquellos laberintos psíquicos que nos alejan de la vida cotidiana, que nos dan un pensamiento místico y perturbador que hace de nuestra trivialidad un momento interesante y placentero. Los cuadros de Varo muestran matices oníricos inspirados por escenarios de su infancia en Anglés (España): una infancia seducida y motivada por las ideas libres de su padre, la constante compañía de su hermano y la fascinación religiosa de su madre. Aquellas escenografías juegan con el tiempo y el espacio de una manera que evoca a la profundidad; a un paisaje limpio casi nórdico, a veces medieval; al folclor mexicano que nunca estuvo totalmente alejado del viejo continente. Sus personajes despejados causan terribles síntomas si uno los mira directamente a los ojos: algunos miran cabizbajos y serenos, otros con sorpresa y misterio, algunos más con una mirada que sentencia, que juzga y que retuerce la erección de los cuerpos más fuertes y de las almas más valientes. Algunos otros semblantes se ven acosados por las guerras, acongojados por mantener un sentido de pertenencia, atados a gravedades, torres, espirales y condiciones metafísicas.
Remedios fue un parteagüas importante en el movimiento logicofobista, logró que el subconsciente manejara una sensibilidad inherente a la naturaleza, creó y combinó seres que se homogeneizaban con los cuatro elementos: el agua como el flujo de emociones, el fuego como una pasión medida, el viento como un organismo vivo que busca y encuentra y la tierra principalmente como matiz de  suelos sombríos. Remedios tenía una enorme facilidad para crear micro universos en sus cuadros, cosmos donde la redención y el alivio son protagonistas y antagonistas al mismo tiempo. Plasmó en sus pinturas imágenes, que aunque poco comprensibles a simple vista, son para nuestro cerebro un código que nos remonta a inexplicables sentimientos que fluyen como la exploración de las fuentes o que arden como el fuego que envuelve a la aurora en medio de un bosque sombrío.
El surrealismo de Remedios es la redención de la imaginación, la plena libertad de cruzar los límites de la cordura para dejarnos llevar entre todas aquellas fiestas bélicas y que nos pueden, ocasionalmente, obligar a preguntar: ¿cuál es el sentido «real» de sus pinturas?, ¿cómo es realmente que soñaba?, ¿cómo podía manifestar su conciencia imperfecta, parcial en cuadros tan diáfanos? En definitiva son escenas que invitan a reflexionar porque tienen dentro una combinación de situaciones místicas e historias míticas; son escenas que implican una genialidad sorprendente y que por elloRemedios Varo se ha quedado como un ícono del surrealismo a la par de sus contemporáneos importantes como Salvador Dalí, André Breton, Frida Kahlo, Leonora Carrington, entre otros. Fue esta última con quien mantuvo un cordel de sentido de pertenencia que las ató, no sólo por la analogía de la historia de sus vidas, sino por la comprensión que sentían una por la otra, amistad que duraría hasta el día de la muerte de Remedios el 8 de octubre de 1963.
Los sueños son el lenguaje del alma, de las emociones más sinceras y de los miedos más recónditos, es justo en los sueños donde nuestro yo interno vive y crea a su merced una vida llena de maravillas, es ahí donde nos refugiamos sin ser enjuiciados por terceros, donde somos recibidos siempre con los brazos abiertos cual fuere nuestra condición de errantes, son los sueños los que nos avisan que algo está mal, que algo nos preocupa o molesta y han sido los artistas comoRemedios Varo quienes han cruzado la delgada línea de simplemente soñar para llevarlo a un nivel superior de meditación, han sido cuadros tales como «hacia la torre», «vampiros vegetarianos», «fenómeno de ingravidez», «planta insumisa», «tránsito en espiral», entre muchos otros, que han logrado ver una idea menos naturalistas, que existen cosas que pueden contener una gran significado sin ser tangibles o reales, el simple hecho de que lo pensemos o lo imaginemos significa que ya existe.Remedios Varo lo hizo admisible, tapizaba lo mejor posible los óleos con sus sueños, construyó lo que no se hubiese podido crear y plasmó con sus pinturas lo que no se había podido explicar pero que está en cada uno de nosotros, en nuestras cabezas, en nuestro subconsciente, en nuestras vidas paralelas. Dio vida a seres que están mezclados con la naturaleza, otros animales, objetos, Remedios hace que los protagonistas de sus cuadros estén siempre en contacto con todo lo que nos rodea, que esos mismos personajes tengan fugaces encuentros con su realidad y su entorno, introduce en su mundo de sueños una humanización que siente con fervor y que se refleja en las reacciones de los espectadores.
Hay muchos factores que son consecuentes en sus obras como: los árboles secos, la noche, las aves, la luna, la música. Todos estos elementos se complementan en una armonía, que a diferencia deFrida Khalo Leonora Carrington no denotan ni es tan marcado el autorretrato tanto físico como emocional, no está puntualizado el síntoma del dolor, de la pena, etc. La armonía que reflejan todos sus elementos es referente a la convivencia de todos estos componentes. Del vacío llega la forma: la estructura es capaz de contarnos una historia, formarnos un ambiente completo, con todos estos ingredientes nos volvemos aptos para no sólo ver sino que también escuchar y sentir, por ejemplo, la musicalidad de las aves, el frío de los bosques, el calor de los incendios, la textura de las telas, etc., y es por eso que después de observar arduamente una obra de Remedios se quede atestado el sentimiento de haber pertenecido a aquella pintura, de haber permanecido suspendido en el tiempo de aquellas crónicas permanentes, de haber conocido a todos los testimonios estáticos que viven y se resguardan en las obras de Remedios Varo.
La logicofobista por excelencia ha sido admirada en México como un ícono del surrealismo, fue recordada en un homenaje póstumo al cual asistieron cincuenta mil personas a reconocer a la que fuera la mujer de los sueños perdidos, la mujer que sobrepasó las fronteras del arte para convertirse en la efigie de lo subliminal, la artista que impulsó una corriente dándole un giro a la historia y marcando una tendencia, una época que es y será recordada por figuras simbólicas que fueron diferentes, que fueron originales y que a la fecha han sido insuperables.

Ficha Técnica Remedios Varo

Remedios Varo

Pintora. 16 de diciembre, 1908 – 8 de octubre, 1963.

Nacionalidad: Española.

Corriente: Surrealismo.

Sitios donde vivió: Gerona, Madrid y Barcelona (España), París (Francia), Buenos Aires (Argentina), Ciudad de México.

Parejas: Gerardo Lizárraga, Benjamín Péret, Walter Gruen.

Se llevó con: Leonora Carrington, Frida Kahlo, Diego Rivera, André Breton.

Lo que debes saber de ella:

Pintora surrealista, su obra se vio influenciada por el pensamiento de Adler, Jung y Freud. Desde pequeña mostró su inclinación por la pintura y estudió, gracias a la motivación de su padre, en la Academia de San Fernando, en Madrid. Cada que ella empezaba a pintar un cuadro ya tenía en mente cómo quería que se viera y lo iba ajustando al formato. Fue parte del grupo Logicofobista que pretendía representar en sus obras los estados mentales internos del alma. Le tocó vivir la Guerra Civil Española, donde quedó del lado republicano. También fue activista antifascista. Estuvo en París, con su pareja el poeta Benjamín Péret hasta 1941 cuando se van a México para refugiarse. En sus palabras:

“Llegué a México buscando la paz que no había encontrado ni en España —la de la terrible revolución— ni en Europa —la de la terrible contienda—, para mí era imposible pintar entre tanta inquietud”.

Remedios Varo murió de un ataque al corazón en la Ciudad de México. Su obra recolectado por el viudo Gruen y donada al Museo de Arte Moderno de México fue declarada monumento artístico mexicano el 26 de diciembre de 2001.

Datos curiosos:

Una de sus pinturas más famosas, Mujer saliendo del psicoanalista, parece ser una especie de autorretrato de ella. En la mano detiene la cabeza de su padre y una canasta con objetos que va a desechar, representando así su liberación de esa carga. La placa del psicoanalista tiene las iniciales de Freud, Jung y Adler, grandes influencias en el pensamiento de la artista.

En 2013, la mega ofrenda de la Universidad Nacional Autónoma de México se montó en honor a los 50 años sin Remedios Varo. Todos los participantes realizaron homenajes a la obra de la artista, siendo Mujer saliendo del psicoanalista y Papilla estelar las obras que más veces se representaron.

 

Más información:

http://remedios-varo.com

https://www.facebook.com/pages/Remedios-Varo/35481683294?fref=ts

Tras el ojo de una aguja, me perdí y la encontré

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Por Héctor Chávez Pérez

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Aquel día de 24 columnas que eran cruelmente sentenciadas por manos, quizá divinas, quizá humanas, buscaba recordar que nunca hay tiempo, pues se ha perdido en la cordillera de un par de ojos, uno abierto y uno cerrado. La vida duerme mientras que se encuentra de fiesta. Es complicado buscar entender cuando no se entiende qué se busca. Y luego estaba ella, un impenetrable laberinto cuyas formas olvido, cuyo silencio era parecido al que hay entre dos elefantes que, previamente, riendo, compartían secretos de la memoria eterna; que se envolvían con nubes artificiales de una fábrica olvidada y que, oxidada, solamente sollozaba viejos trabajos que muy pocos tomaban en serio.

Las olas pasaban y se dejaban morir en cada hora vista en un reloj improvisado sobre la áspera piel humana que se confunde con la suave y delicada piel de un lagarto que, arrastrándose y volando, mas nunca caminando, se pierde, confundiéndose, en un enigma que se explica por sí mismo, pero que no comparte el idioma en el que se expresa. Estaba yo, siendo como una gorda almohadilla donde los alfileres me atravesaban, sin piedad, sin recato alguno; esos alfileres no eran sino memorias, encuentros, olvidos, simples alfileres de un sastre cuya existencia aún ignoro. Me sentía muñeco de brujería, y al mismo tiempo un Cristo desangrándose, cuyo líquido vital, caí precipitadamente por una galaxia lechera, le daba sabor y a quienes la tomaban, les daba vida. Yo seguía con alfileres, con dolores tan bellos como una guitarra desafinada, viendo cómo cada vez que un gato negro me veía, se enterraban más, con un simbólico movimiento que únicamente es propio de los tornillos. ¡Eran circulares y los muy groseros se atrevían a decir que eran penetrantes como una mirada tardía!

Entonces, un alfiler se rompió, más bien, dejó su humana tendencia depresiva, cayendo de mi frente, besándola sin dejar de herirla, hasta enterrarse a medias en mi mano, que voraz se abalanzó sobre ella, como una serpiente en acecho de un animalillo con sombrilla. Su ojo, se hizo grande, tan grande que lo confundí con un espejo sin reflejo. Y entonces, la vi, era ella, y aún así, con todo y el sincero observar de un cuadro sin contenido, no era en ningún momento más dolores, sino finos y delicados remedios. Fui a ella, o al menos esa creía, mis alfileres (y digo míos porque me aferro a ellos como muestras de inconfundible amor que no queremos dejar escapar) ya me habían atravesado, a tal modo que parecían mis propias raíces en una tierra incapacitada e intolerante. ¿Qué hacer? La flor deshidratada se pregunta lo mismo teniendo vida en forma de arroyo a unos centímetros de ella y éste sin hacer nada por acercarse a besar su tallo, sus hojas y sus pétalos. ¡Qué bien atormenta el sueño llamado amor ilustrado como una cruzada!

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Las paredes, que todo han escuchado y tantas cosas han callado, se burlaban de mí, lo sé, pues de tanto reír en silencio, su pintura se iba desgastando. La tierra se volvió un piso improvisado, Madrid se volvió París y luego, patria, hogar, escape, exilio, se volvió México. Sí, la metafísica no tiene nada de lógica, al menos no desde la perspectiva del ratoncito que guarda celoso su queso, que no es más que una pastilla de veneno ingeniosamente disfrazada. Todo comenzó con un relicario, aquellos años en los que la infancia perdona todo, menos malestares que se manifiestan años más tarde, mismos que nos hacen daño, que nos encierran en nosotros mismos, que nos hacen reír mientras queremos llorar, y gritamos: ¡Oh, Freud! ¡Oh, Freud! ¡Cuánto hemos callado! ¡Qué mentira nos hemos tragado! El inconsciente es la Verdad que la verdad nos prohíbe mirar, como novia celosa que no tolera que el novio desvíe su mirada, ni siquiera por las columnas de una estancia, pensando ella que se trata de piernas de mujer ajena.

Y luego, vi más allá del ojo de la aguja y Dalí me observaba mientras trenzaba fuertemente esos bigotes, tristes y deprimidos, con miel para las moscas, con moscas para endulzar su existencia. Me veía y se iba, todo con su despertar, brusco y creativo. No supe más de él, pues Breton le declaraba la guerra en donde los lienzos son el campo de batalla; los pinceles, las espadas y la pintura, la sangre, colorida y armoniosa, de genios y dioses encarnados en hombres. Y aún así no entendía y los veía abrazándose, compartiendo logros con tazas de café que únicamente contenían té de asceta que perdió esperanza y terminó siendo mesero en una cafetería improvisada.

¿Dónde estaba la mujer que vi? ¿Sueño o realidad? ¿Qué acaso el sueño no es una realidad? Es decir, la realidad que vemos, que nos atrapa en sus elegantes engaños de imágenes corrompidas, suele ser tan tentadora y tan efímera, que vemos hombres paseando perros, pero muy pocas veces atendemos a que los perros están orientando al estúpido que cree que son tan lindos y tan inteligentes, hablándoles como idiotas, así como cuando hablamos a los bebés. Los perros nada más nos lamen la cara para decirnos: ¡ya basta, no te denigres más! Esa realidad no me convence, pues encuentro más creíble o más cierto, que un payaso esté llorando mientras que la luna esté viendo la televisión, huésped de un sol que decide no dar luz, pues resulta caro y poco práctico para él, por ello es que la única energía que dedica es sentarse en un sillón de cordilleras alpinas, esperando que alguien le traiga una cerveza fría para calmar la temperatura interna. Hay sexo escondido, pero él lo desprecia, pues piensa todavía que nos importa lo que su vida privada sea.

Estaba ella, otra vez, delante de mí, interrumpiendo mi oda a la verdad. Con gestos de amor que son propios de Dulcinea al Quijote, me besaba mientras retiraba, con sincero sadismo, los alfileres, que viéndolos bien, no eran sino cargas propias de un compromiso que nunca tuvieron a bien notificarme que tuve. Su nariz chocaba con la mía, y era como un rinoceronte palideciendo durante el encuentro con un unicornio. Nuestros ojos se veían entre ellos, los de ella, llenos de pasión y, una vez más, sadismo, disfrutando y excitándose con el dolor de los míos, que con sangre y lágrimas, callaban su agonía al sentir cada alfiler salir del atormentado cuerpo del placer sostenido sin expresar. El ratón que ignoraba que comía su muerte, yacía vivo, pues era un vil y miserable ilusionista que había burlado a la muerte ofreciéndole un cheque sin fondos. Ella, me abofeteaba sin más, exigiendo volteara yo una vez más a verla, a contemplarla, fría como el hielo derritiéndose por la calidez de mi desprecio.

Aquel día de 24 columnas, lo recuerdo, pues buscaba algo que hasta el día de hoy ignoro. Pero que al pensar en ella, en su vida, en su escape, puedo inventar como excusa que he encontrado la razón ignorada aquel entonces, y he decidido abrazar como vida, que no es más, que no corresponde a otro, sino a la maravillosa entrega de una pintura surrealista en un papel que terminó siendo una confesión digna para un psicoanalista.

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La Siega

Por Geovanni Castillo

Síguelo en: @ladrondeciegas

—¡Vieja, anoche soñé que sembraba uñas!
—¿¡Qué!? Te dije que no cenaras tanto anoche, pero tú no entiendes, viejo, ni vas a entender hasta que una de tus pesadillas te mate de susto.

—Sí, sí, bien sabes que eso no va a pasar. ¿Ya está el desayuno?, amanecí con harta hambre después de sembrar tanto anoche. Vieras, vieja cuánta tierra teníamos en mi sueño. Me levantaba yo bien temprano para comenzar a tirar las uñas, hasta me apuraba porque sabía que el día entero no me iba a alcanzar para recorrer todo el campo de ida y de venida, ya estaba pensando en cómo convencerte de que había estado sembrando todo el día y no me había ido a jugar dominó con don Rogelio.

— ¡Ándale, vente a sentar que se te va a enfriar la carne, acá me cuentas!

—Yo sigo pensando de dónde voy a sacar tantas uñas.

—¿Y para qué quieres uñas, viejo? Tú y tus ocurrencias te van a terminar por matar de un susto. Como esa vez que quisiste poner antorchas en toda la reja del campo para que no se acercaran los coyotes. No me hiciste caso y ya ves, los coyotes se metieron de todos modos.

— ¡Es que eran muchas vieja, muchas de verdad! Tenía un bote grandote, como dos veces más grande que donde guardo los ojos de los becerros, y todo él estaba lleno hasta el tope de uñas,bien blanquitas y bien recortadas, hasta parecía que eran miles de larvas azucaradas. Yo me tropezaba con el bote cuando pasaba frente al altar, estaba allí en el suelo junto a las hoces, como si alguien lo hubiera dejado. No me caía pero soltaba una blasfemia que se oía hasta nuestro cuarto, porque yo alcanzaba a escuchar cómo me decías que no gritara esas cosas con esa voz que tienes cuando te acabas de despertar. Bueno, yo no te hacía mucho caso y abría la puerta para encontrarme con que nuestro campo había crecido hasta ser como diez veces más grande que ahorita.

—¡Nada más me diste por mi lado, siempre haces lo mismo, yo no sé ni por qué me esfuerzo en corregir tus modales!

—¡Espérate, vieja, ahí viene lo bueno! ¿Ya no queda más carne?

—Sí, ¿te sirvo?

—Sí, por favor. Cuando salí al campo, el sol no había salido aún y aunque yo no lo escuchaba, yo sabía que el gallo ya había cantado porque él me había despertado. Fue entonces que destapé el bote, y las vi por primera vez brillaban poquito con la luz de la luna y yo sabía lo que tenía que hacer, ¿sabes?, jamás se me hubiera ocurrido sembrar uñas hasta el día de hoy, bueno hasta que tuve este sueño. Yo no iba a revisar las gallinas, tampoco a los becerros, en cuanto salía de la casa me dirigía al campo. Metía la mano en el bote y sentía cómo me picaban la carne las uñas, como si me comieran pedacitos muy pequeños sin que yo me diera cuenta. Luego sacaba un puñado de uñas y las aventaba al suelo con mucha fuerza para que se esparcieran lo más posible. Así continuaba, daba dos pasos y continuaba arrojándolas al suelo. Cuando me daba cuenta, ya había cubierto tanta tierra como tenemos ahora, y sabía perfectamente que no iba a terminar pronto. Me detuve por un momento para ver si faltaba mucho para amanecer, la luna ya no se veía y el cielo comenzaba a clarear lo suficiente como para ver todas las uñas que había regado. Se veían como esa vez que el coyote desenterró a tu tío, ¿te acuerdas?

—¿A Memo?

— ¡No, vieja, a Domingo! La vez que llegamos y solo encontramos regadas sus uñas que hasta te dije que al suelo le estaban saliendo escamas. ¿Te acuerdas?

— Sí, ya, a ese condenado coyote no lo atrapamos jamás.

—Así se veía, solo que en todo el campo, hasta me sentía orgulloso, pensaba que si no crecía nada al menos podría adornar el campo así para que se viera bonito.

— Oye, viejo, ¿y qué ibas a cosechar?

—¡Eso es precisamente lo que llevo pensando desde que pelé el ojo! La verdad es que mi sueño no llegó hasta allá, yo sabía que con ayuda de nuestra Santa Patrona la cosecha iba a ser bien abundante, pero nunca supe qué cosas recogeríamos llegada la hora. He estado pensando que quiero sembrar uñas para ver qué sale de la tierra, ¿te imaginas? A lo mejor salen cosas como papas o camotes, incluso he pensado en que podrían salir arbustos con frutos rosados bien tupidos sobre sus ramas verdes, si se dan árboles, tal vez le cuelguen pencas como las de los plátanos solo que color mamey y menos alargados. No sé, vieja, me emociona pensar en qué podría salir. Una vez que terminaba de sembrar todo mi bote, regresaba a casa, y yo me alegraba de que no hubiera amanecido todavía porque así no tenía que darte explicaciones de dónde había estado todo el día. Como era temprano aprovechaba para ir a ordeñar a la vaca, solo que en esa ocasión nos daba leche para llenar dos barriles. No me preguntes por qué, pero yo estaba seguro de que debía regar con ella el campo. Lo que pensaba en ese momento era que la tierra necesitaba los nutrientes de la leche y que así como a un bebé se le da para que crezca fuerte, así se la debía de dar a mi siembra para que nos diera buenos frutos. Por eso era que yo regresaba con mi cubeta y con una palangana para regar el campo siguiendo los mismo pasos que hice a la hora de sembrar.

—Oye viejo, ¿y si no salían plantas?

—Justo eso estaba pensando, ya te lo iba a contar. Se me ocurrió que tal vez, y solo tal vez, con ayuda de la leche y el cuidado maternal que le tengo a mis parcelas, podían llegar a crecer de cada uña un dedito, y éste creciera suficiente como para ver la luz del sol y para soportar una palma muy pequeña, tan pequeña que en lugar de hueso tenga cartílago. ¿Te imaginas? Podríamos venderlas en un vaso con harto limón y chile piquín.

—¿Como el señor que vino el otro día vendiendo patas de pollo?

—Justo en él estaba pensando, también podríamos picar en trozos pequeños, las palmas, y venderlas como esquites, ¿a poco no se te hace agua la boca? Bueno, fue justo cuando pensé que eso podía pasar, que decidí contarte mi sueño. Ahora solo falta ver de dónde voy a sacar tantas uñas. Primero voy a vaciar los ojos del bote y a lavarlo bien para que quede limpio como el de mi sueño, luego voy a salir a arar la tierra hoy y mañana. Tú mientras invita a cenar a Rogelio y a su mujer, una vez que llegue el final de la noche les contamos, seguro hasta nos regalan las uñas de sus hijos. También pienso que debería ir al pueblo, seguramente encontraré a mucha gente que no le importe mucho si les corto las uñas o no. Y si después de hacer todo eso no logro llenar el bote, voy a tener que desenterrar a tus tíos y a mi papá, ya ves que dicen que a los muertos no les dejan de crecer las uñas, con tantos años que llevan difuntos seguramente hasta nos sobrarán.

—¡Yo pensé que jamás me ponías atención! Siempre te ando diciendo que tus sueños se pueden hacer realidad, y no pudiste haber escogido un mejor momento para comenzar a realizarlos. Anda, ve a arar la tierra, yo buscaré las palas y lavaré el bote. Después, cuando vuelvas, puedes comenzar a recortar mis uñas.