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Catlett: El arte como voz del silencio.
En el número 61 de Kya!, analizamos el papel del arte como herramienta de equilibrio político, en la obra artística de Elizabeth Catlett, una de las principales activistas a favor de los derechos sociales.
¿Cómo se hace surgir una voz entre aquéllos a quienes se ha silenciado por generaciones? ¿Cómo se logra crear una identidad y un sentido de pertenencia entre aquéllos a los que se excluyó por décadas?
Elizabeth Catlett, pintora y escultora afroamericana, lo logró a través del barro y la arcilla cocidos, de la madera y la piedra talladas, del arte como un símbolo de una cultura que no existía.
- «Phillis Wheatly«.
Escultura en bronce por E. Catlett.
Colección del National Museum of African American History and Culture.
La segregación y el racismo que se vivía en los Estados Unidos de América a principios del siglo XX, se muestran como uno de los más grandes escarnios de la humanidad hacia sí misma. En ese país, los afroamericanos sufrían las vejaciones y humillaciones de la cultura WASP (White anglo-saxon protestant, protestantes blancos anglosajones).
Elizabeth Catlett, nacida en 1912, nieta de esclavos africanos liberados, hija de profesores y artista talentosa, vivió en carne propia el rechazo de la sociedad. A pesar de haber obtenido un lugar para estudiar en el Instituto Carnegie de Tecnología de Pittsburgh, se le negó la matrícula en esa institución por el color de su piel.
Ese incidente marcó su percepción sobre el futuro de la cultura afroamericana. “La importancia del arte solo se puede medir de acuerdo a lo que ayuda en la liberación de nuestra gente”, declaró posteriormente sobre el hecho.
Comenzó a desarrollar una identidad afroamericana a través del arte. “Usa tu cultura y tu comunidad como el tema central de tu arte”, le sugirió Grant Wood, su maestro de escultura y mentor en la Howard University.
“Desde el inicio de su carrera, Catlett fue parte de un amplio grupo político formado por artistas de diferentes orígenes étnicos, comprometidos con la justicia social” escribió Melanie Anne Herzog, en «Elizabeth Catlett: In the image of the People«, su biografía.
Sus esculturas, pinturas y litografías se comenzaron a convertir en manifiestos del movimiento de los derechos civiles. En un momento histórico donde se esperaba que los afroamericanos se asimilaran a la cultura eurocéntrica, la decisión de Catlett de enfocar su producción artística hacia su identidad étnica fue un parteaguas en el empleo del arte como herramienta de equilibrio político.
Poco a poco, gracias a su talento y al uso político de su arte, fue desmoronando los estereotipos existentes en la década de 1940. En ese tiempo no había muchas mujeres afroamericanas que gozaran de la fama que sus obras le daban. Fue nombrada directora de arte de la Universidad Dillard en Nuevo Orleans. Luego se mudó a Nueva York, donde se convirtió en parte fundamental del movimiento artístico feminista.
Su entendimiento de la identidad cultural y sus experiencias contra el racismo tuvieron un cambio radical cuando, en 1946, recibió una beca para viajar a México. Ahí trabajó en el Taller de la Gráfica Popular donde conoció al artista mexicano Francisco Mora, quien le ofreció enseñarle español. Acabarían casados.
Aunque se convirtió en ciudadana mexicana en 1962, el Departamento de Estado del gobierno estadounidense la declaró extranjera non grata en 1959, debido a sus vínculos con los comunistas mexicanos.
Debido a la admiración que le representó su producción, se volvió motor de la comunidad artística de Cuernavaca, donde estableció su residencia. Fue la primera mujer que dio clases de escultura en la Universidad Nacional Autónoma de México y, luego, directora del Departamento de Esculturas de esa escuela.
En su país adoptivo, Catlett hizo suya la lucha de clases de los obreros mexicanos y se interesó en el papel que tiene la mujer en México. Su maestría artística se dirigió a representar la condición humana, la justicia y la injusticia social en Estados Unidos y México.
- «Alphabetizando«.
Litografía por E. Catlett.
Colección privada.
Elizabeth Catlett nunca dejó de luchar a través del arte para fomentar el cambio social. La serie “Soy una mujer negra”, creada en 1947, agrupaba pinturas, esculturas y grabados que exaltan la figura materna afroamericana. “Quiero mostrar la historia y la fuerza de todas las mujeres negras”. “Homenaje a mis jóvenes hermanas negras” y “Unidad Negra”, de 1968, se convirtieron en los emblemas de la lucha por la dignificación de su pueblo. “Siempre he querido que mi arte le sirva a mi gente – para reflejarnos, para relacionarnos, para estimularnos, para darnos cuenta de nuestro potencial”, escribió.
Catlett mostró durante toda su vida que el arte no da prerrogativas a clases sociales, etnias o géneros. “El arte puede hacer que la gente tome conciencia de las cosas. Para quienes tienen prejuicios, puede hacer que vean la situación desde otra perspectiva, hacerles notar que otras personas en otras culturas tienen experiencias similares”.
Elizabeth Catlett demostró que cualquier forma de arte es la mejor manera de amalgamar personas, creencias, credos, ideas y pueblos en algo llamado Humanidad.
La creación artística sirve también como un arma política y social, como un efectivo método para erradicar la discriminación y la desigualdad. El arte es un inigualable modo para dar voz a quienes no se les permite hablar. El arte es la perfecta voz del silencio – el grito de los que no pueden expresarse. Un grito de Kya!