por Héctor Chávez Pérez
Con sombrero en mano, vestimentas blancas, los pies descalzos y con profunda dicha, me iré caminando por las costas de un mar eterno. Redactaré posiblemente poesías; quizá cánticos que jamás serán entonados por otros, pero lo más seguro que puedo tener como afirmación es que sea lo que sea; todo de forma indirecta o por accidente muy directa, estará relacionado con el vaivén de las olas de mayo. De todos los mares que el hombre se ha impuesto a conquistar, éste, como una virgen, es tan puro que ninguna piedra negra se encuentra cuando la buscas en sus aguas tan claras como un cristal. Es en verdad bello, por lo tanto me detendré y le contemplaré. Las horas perdidas de los años del silencio, serán recuperadas con solamente pasar un minuto frente a este tierno titán.
Será de mañana; en verdad muy de mañana, que estaré con frío pero aún así sonriendo, porque entre todos mis sueños que alguna vez logré realizar, no hay sueño más sensible y delicado como éste, que aunque el viento fresco gobierne en sus blancos terrenos, un abrazo cálido recibiré y por ello, no habrá quien mi paso detenga. Doy gracias a cualquier deidad que pudiera existir por este bello regalo, la joya más perfecta y quizá la más cotizada por los coleccionistas de arte. Doy gracias al Dios de mis padres y por lo tanto mío por regalarme una oportunidad más de vida y por dejarme ser parte de este inmortal cuadro. Todo es simplemente perfecto y por ello ningún mal temeré estando en la presencia de este mar de recuerdos y dichas.
A lo lejos, veo llegar a los pescadores, aquellos que se jactan de tener manos destrozadas por las frías e insensibles redes, pero que lo hacen no como presunción, quizá, en el sentido más puro de su exaltación, signifique que es la prueba que las cosas más bellas y los trabajos más fructíferos siempre se han realizado con sudor, sangre y dolor. Ellos, los amigos de Poseidón, se levantan de madrugada, toman parte de una nueva aventura cada día que pasa, hacen oraciones al cielo estrellado para que les vaya bien en su labor y zarpan sin más rumbo que la esperanza misma de tener con qué vivir un día más. Los jinetes de las olas encuentran pronto el abundante regalo del mar, hacen de ese tesoro una alegría que presume de ser verdadera y regresan triunfantes, tal como si hubiesen derrotado a la calamidad misma. ¡Valientes! Los pescadores ríen y cantan, negocio en el puerto les espera. Venden todo y parten de nuevo a casa, fatigados se mojan el rostro con agua tibia, cenan irónicamente algo que no sea de su trabajo y se retiran a los brazos de Morfeo a esperar la hora; aquella hora que de madrugada, les da aviso para emprender el reto diario de la vida misma.
Yo sigo caminando. El agua pronto surge con fino poderío y empapa mis pies con su oportuna llegada. Me hace voltear a ver el horizonte donde con claridad veo, entre una fina cortina de plata, un bello país de verdes prados; frescos con rocío de la lluvia mañanera, me enamoro y de mi ojo una lágrima se escapa y cae en el mar, ella llega hasta el otro lado y me ve sollozando a la distancia. Envidia le tengo, más su dicha nueva no la cuestiono, bendita ha sido por el afortunado momento de ser parte de un mundo joven. Me siento por un instante entre piedras y arena, veo a las gaviotas surcar los cielos con tanta facilidad que quisiera entender cómo es que nosotros estamos negados a un día poder recorrer por nuestra cuenta aquellos caminos celestes. Cae en mí el innegable cansancio y me retiro por un momento a una verdad más creíble. Soy un pez, quizá un delfín, quizá una ballena, puedo ser lo que sea que quiera, y así, me adentro en la realidad de mis profundos amoríos y logro ser libre. ¡Qué injusto es ser libre siendo prisionero en una realidad de ensueño!
Es que aquí, en el campo azul y eterno de la bendita memoria, no hay dolor y mucho menos penas. De poder elegir entre aquel escenario de grises rascacielos, que no es más que un impulso de mis más profundas querencias y entre esto que se hace escuchar cada vez que se levanta como un gigante que grita: ¡Mi nombre es Mar! ¡Mar infinito e inconquistable!, no daría más que escusas, porque mientras uno es único por la voluntad humana, el otro es hermoso por el toque divino, con incontables colores y sonidos que hacen de éste una pieza musical de obligado recuerdo, es una nueva alegoría de lo que puede llegar a ser perfecto. Pronto el sueño exige llegar a su término, salgo de mi forma animal y me arrastro hasta ponerme a salvo, retorno en algo humano y con un beso me despido del elocuente momento.
Despierto y el día ha pasado, la tarde se impone y las nuevas caricias del viento me hacen levantarme a toda prisa. Empapado, me retiro a un nivel más elevado, seco mi cuerpo y me dispongo a beber de un vino único y sabiamente elegido para tan bello encuentro; me acabo en un largo periodo la primera copa y la segunda la dedico para mi majestuoso amigo. Pasamos un buen momento, donde él entona mis versos y donde yo todos a él se los dedico. Quizá es que me llegue a considerar yo mismo como la espuma de las olas, porque cuando demuestro mi querer, me entrego sin dudarlo al señor de las continuas posibilidades. Las olas azotan en forma rígida la blanda arena, pero una vez concluido el choque, suelen retirarse acariciando cada centímetro impactado, con cierta lentitud para de nuevo tomar posesión de ella.
Y mientras, en lo que la noche se hace presente, me doy cuenta que no he escrito nada y que todo esto no es más que un retrato que he tomado sin pensarlo. Su voluntad se ha sabido hecho escuchar y la mía se ha sometido a ella de forma plena y sin pretexto que lo imposibilite. De esto no me llevo más que el silencio y la melancolía de cualquier despedida, pero también la promesa que he de volver cuando desde una considerable distancia este titán me llame: ¡Mi nombre es Mar! ¡Mar nunca antes conquistado!
http://www.youtube.com/watch?v=QF8U1YpodH8
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