Hoy es un buen día

Por Erik Hernández

Para cambiar. Para extrañarte más. Para pedirte verme en tus ojos. Para hacer un nuevo mundo. Para no perdernos en nuestras letras, hacer de nuestras letras la vida.

Te conté de mi abuelo, de ir al estado. Mira lo qué pasa. Monterrey me duele. Me duele que no lo miraras de nuevo.

Cociné muchas veces, te encantaba estar con mi abuelo, él que siempre me decía tener sueños eróticos con mi amiga, no entendía cómo le podemos decir novia a la chica que llevamos a todos lados, no entiendo por qué necesitamos ser novios para besarnos, lineamientos tal vez, pero no necesitaba explicarle nada a él.

Últimamente me pregunta si me siento solo, ¿qué le puedes decir a alguien que se la pasa en una casa con sus libros y su televisor? De repente, sólo pensé en la primera vez…

Domingo por la mañana, mi corazón latió furiosamente al ver el estadio universitario plagado de playeras azul y oro, pero lamentaba no poder estar ahí. Todo esto lo miré por televisión sin percatarme de la hora que era. A las 12 debía visitar a mi abuelo.

Antes vivía en Monterrey con nosotros, pero al llegar al DF se portaba un poco evasivo con los familiares pero nunca con sus nietos. Me gustó cambiarme de domicilio con la familia, así podría verlo más seguido. Quedé de acuerdo con él para visitarlo los domingos y comer o desayunar en su nuevo hogar.

El domingo anterior no había ido a verlo y hoy sentía que era el momento correcto, esperé la semana tranquilamente pero el día se tornó demasiado extraño, se convirtió en uno de mis días más felices. Hice algo con la persona más bizarra que haya conocido y el destino intervino en irlo a visitar cuando estaba planeado ir a otro lugar.

Para encontrarme con este día iracundo manejé hasta su hogar, el transito del DF es insoportable por lo que coloqué un CD, de repente me puse alegre entre el tráfico y el smog. Terminó el disco, los Pumas habían metido un gol, pude escuchar entre los gritos y los rugidos del público por la radio.

No cambiaría de opinión, aceleré y llegué a casa del abuelo. Salió a recibirme y me ofreció pasar, sabía que lo visitaría pero siempre hacía cara de no haberme visto en mucho tiempo, y en verdad, tenía meses de no verlo, desde ese día cuando me contó sobre la existencia de Dios.

Siempre ha sido interesante hablar con mi abuelo, es un poco extraño porque desde que dejó de dirigir la revista que había fundado junto con sus amigos se sentía un poco “inservible”, se dedicó a la tarea de enseñar a todo sus nietos sus llamadas grandes mentiras de la humanidad.

Él me había enseñado un poco de cine, me contaba muchas películas de su época y yo le mostraba las de ahora, íbamos al mucho al cine pero en el DF no lo habíamos hecho. No habíamos ido porque ahora no quería salir demasiado de su casa.

Por el partido que venía escuchando junto con el trafico “raro en México los domingos” se me había olvidado llevar la comida, mi abuelo me propuso que preparara algo para que no saliera de la casa, temía que no regresara a verlo. Creo que la soledad es la peor enfermedad de los humanos. Estar solo en casa le había cambiado la perspectiva tan extraña que tenía de la vida.

No sabía cocinar hasta ese momento, mi abuelo sacó un mandil y su gorro de chef, en algún tiempo de su vida fue cocinero pero nunca en casa, siempre lo hacía la abuela. En este momento estaba dispuesto a enseñarme algo más de lo tanto que ya me había ofrecido.

Saqué la carne del refrigerador, estaba llena de sangre. Coloqué en la sartén la carne, pero mi abuelo la sacó rápidamente porque se le tenían que agregar otros condimentos. Observó mi inexperiencia en la cocina y me preguntó ¿qué nunca te has hecho de comer?.Conteste que sí, sin decir la verdad.

Fui a buscar las especias, éstas tienen la finalidad de agregarle a la carne un sabor extra. Abrí un frasco que decía clavo pero encontré una hierba de color verde ya casi seca. La llevé a la cocina y cuando la iba a colocar sobre la carne mi abuelo retiró rápidamente el sartén para que no le cayera ni un poco. Todo se esparció por la lumbre y desprendió un olor muy raro que ya había olido en la universidad. Mi abuelo se sorprendió al ver mi cara que expresaba familiarización con el olor. Me quitó la hierba y sacó la pipa que siempre lleva dentro de su suéter, un suéter que le regalé cuando cumplió 40 años y que casualmente se ponía cuando lo visitaba los domingos.

Me dijo que lo encendiera, pero yo no sabía fumar, así que él comenzó a jalar aire mientras mantenía el encendedor verticalmente llenando de fuego la hierba y llenándose los pulmones de humo. Se ahogaba, pero sonrió y me lo pasó. Realicé la misma operación, de repente sentía unas ganas de reír y una tranquilidad que solo sentía cuando estaba a punto de dormir.

Alguna vez me explicó que los vicios son los extremos en los que la gente se pervierte, y por lo tanto, cualquier cosa de extremo placer es mal vista por la sociedad, tan hipócrita en México.
Mi abuelo me explicó lo que era la tan extraña hierba, pero suponía que yo ya la conocía, le expliqué que nunca había fumado nada, se sorprendió y me dijo que él tampoco lo había hecho y que tal vez la última vez que lo hizo fue cuando supo que había tenido un nieto, por un momento pensé que había sido yo el nieto por el que había probado esa hierba, dejé que la duda indagara en mis pensamientos y en mi mente.

Pero lo mejor del día fue que supe que mi presencia significaba algo para alguien en ese momento, desde ahora trato de visitarlo todos los domingos.
Por los partidos no me preocupo porque él también le va a los Pumas y me he dado cuenta que existen cosas más importantes que ir a gritarle a unos tipos para que hagan algo de lo que te sientas feliz todos los domingos.

Quizá algún día me enseñe a cocinar porque el bistec no salió muy bueno, pudo ser la hierba que le cayó, no lo sé. Espero seguir aprendiendo sobre él, solo a mi ex novia le gustaba lo que cocinaba, pero a él y a mi familia no les gusta lo que preparo.

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