Whoopsie-doo-bam-broooooooom

Por: Alberto Escobar de la Garma

 

Pensaba en el álbum que elegiría para escribir aquí. Miré los lomos de cajitas de plástico y luego los alargados torsos de cartón. Le eché un ojo a las carpetas pixeleadas. Aunque algunos discos se me antojaron, lo que realmente ahora me llamaba la atención para escribir dista mucho de lo que escojo para redactar unas líneas, normalmente orientadas por la música pop. Llevo cerca de tres semanas escuchando a ese monstruo catrinesco y amorfo llamado “música clásica” (es decir, es lo que he puesto para conocer a fondo aunque no es lo único que ha estimulado mis tímpanos musicalmente hablando en estos días). Lo fabuloso es que han sido sólo dos obras las que me han obsesionado y sencillamente continúan apelando a mi curiosidad, como cualquier buen LP lo hace (por supuesto, es un anacronismo pensar que Mahler o Beethoven pensaban en componer álbumes a la hora de hacer música). De ahí que no resultara algo incoherente escribir algo sobre ellos. Pero acudió entonces la duda: ¿cómo escribir acerca de una obra de la cual no cuento con la terminología necesaria para describirla?

Ante todo, la crítica no puede estar orientada sólo a lo descriptivo aunque, a la hora de abordar a la bestia, es necesario tener los instrumentos adecuados para domarla, para aprehenderla. El crítico, sin duda, debe  profundizar más allá de lo evidente, debe ser capaz de explicarle a su lector por qué vale o no la pena acercarse a tal obra y presentar argumentos palpables que puedan comprenderse. Afortunadamente no tenemos las barreras sociales de otras épocas para apreciar este tipo de música que, sin embargo, permanece catalogada como culta. Cualquiera puede ir descubriendo a nuevos compositores y saber qué tipo de desarrollo tuvo su obra. Alguien (como yo) escucha con atención tal concierto, tal sinfonía, y de pronto siente que ha encontrado algo memorable. Sigue atento al camino que su curiosidad le dispone; conoce más cosas, escucha con más disciplina y empieza a desarrollar un gusto aunque no sabe qué es lo que opera para que sea así. He aquí la diferencia entre un escucha y un crítico: hay que convertir la revelación en una evidencia.

En cuanto a esto, no quiero afirmar que sólo aquellos iniciados en la terminología y en la historia de la música clásica tienen una experiencia estética privilegiada en comparación con aquellos que escuchan regidos por una intuición. Las competencias musicales de la mayoría de la gente están mucho más desarrolladas de lo que suponen incluso si no pueden verbalizarlo con una jerga musicológica. Es deber del crítico conocer esos detalles y poder verbalizar una explicación de por qué algo funciona o no, aunque lo cierto es que muchos olvidan en el camino esa corazonada inicial: escuchar y saber si uno está a gusto o no, y después desmenuzar. Los prejuicios sin lugar a dudas comienzan a aglomerarse y la visión crítica, de algo agudo, sencillo, generoso y claro, se atrofia y confunde, repele, con el lodo estancado que genera la incapacidad de sorprenderse.

Estos prejuicios, naturalmente, empiezan a formarse incluso antes de que uno se aproxime a la obra. Los que gustan de la música pop dirán que la música clásica es aburrida mientras que los defensores de Brahms asegurarán que Bowie es un rufiancillo con un concepto de musicalidad bastante primitivo y facilón. Estas convenciones se extienden también a esferas sociales, como ya bastante se ha escrito al respecto; por ejemplo, para dar la apariencia de culto uno mencionará a Chopin y esconderá los discos de Mötorhead. Y nada más falso: conozco personas que echan desmadre con Bach y con Stravinsky con mucha más pasión que varios supuestos entusiastas del rock. Al final, supongo que la premisa sería: hay que permanecer abiertos a distintas clases de música, lo cual no es sencillo a causa de variantes extramusicales.

Releo lo de arriba y sé que no pude cumplir con mi cometido inicial. No por ahora, cuando menos. Varios círculos de crítica de la música pop contemporánea han dejado de lado lo anecdótico y se han producido análisis profundos y reveladores sin que se eche por la borda el factor de atracción que el género tiene (por apelar a la juventud, por su filiación con mitología romántica, porque varias artes pueden confluir ahí, etc.). Me pregunto qué clase de desdoblamientos se requieren para que la crítica de la música clásica nos presente esas obras de manera atractiva para que se rompan esos prejuicios longevos. No es problema, creo, realmente de los artistas (cosas divertidísimas e incluso influyentes en el rock existen desde hace más de medio siglo. Basta mencionar un nombre: John Cage) sino de la difusión y la manera en que se nos ha presentado a la música clásica. Habría que cambiar eso… Mientras tanto, pondré de nuevo a Mahler a todo volumen para agitar el cuerpo y sacudirle esa pátina solemne tan apolillada que tiene. Dos ejemplos musicales del tema de la tormenta. Seguro saben (o sienten) cuál es el más efectivo…

 

 

http://www.youtube.com/watch?v=ZQTsKxd0_1k

 

http://www.youtube.com/watch?v=JIs2zIGl59o

 

 

Un comentario en “Whoopsie-doo-bam-broooooooom

  1. Pingback: Índice # 42 Nombres y Cosas « Kya!

Deja un comentario