El cerebro positrónico, una idea del cuerpo humano de Isaac Asimov

 

Por José Daniel Guerrero Gálvez (Oquitzin Azcatl)

 

El término robot surge en 1920, en una obra teatral de ciencia ficción llamada R.U.R siglas de Rossumovi univerzální roboti (Robots Universales de Rossum), del autor checo Karel Čapek. Aunque la idea de robot existió desde la antigüedad, en la actualidad la ciencia ficción abraza este concepto en muchos relatos impresionantes, (algunos  en la obra de Isaac Asimov), donde se manifiesta la preocupación latente de la relación entre seres humanos y robots o máquinas, como se suele decir hoy.

 

La robótica en las últimas décadas ha avanzado mucho, con el uso de la electrónica como su principal elemento,  pero apoyándose mucho en la mecánica y recientemente, en las tecnologías de software. Ha potenciado su uso a un nivel lógico, hablando desde el ámbito de las computadoras, que en términos humanos se conoce como abstracción. Pero aún este nivel computacional se encuentra en un proto-estado.

 

Es este el contexto dónde expondremos la analogía del cerebro positrónico y el cerebro humano buscando definir la idea del cuerpo humano y su proyección en la tecnología. La literatura base no será toda la obra de Asimov, pues llevaría más de lo que la máxima extensión de este artículo demanda pero sí un libro en particular: Yo, Robot (Asimov, 2000).

 

Asimov enfrenta al mismo nivel  a seres humanos y robots, generando contradicciones y cuestionamientos. Los robots de Asimov son de aspecto humano y poseen un cerebro equivalente al nuestro, de factura artificial: el cerebro positrónico.

 

El cerebro humano, desde el punto de vista anatómico, es un órgano que procesa la información sensorial y el control corporal; desde el punto de vista psicológico, está a cargo de la memoria, el aprendizaje y los procesos cognitivos. Así, en Asimov, la esencia de la confrontación humano-robot, radica en la naturaleza del cerebro y no en la de la apariencia.  En sus relatos, hombres y robots se enfrentan continuamente en un medir fuerzas de sus respectivas mentes no solo desde una perspectiva cibernética sino también de los procesos psicológicos, elementales y superiores (Lev Vygotski, 2009), dando mucho peso a la interacción de humanos y robots en un contexto cultural:

 

“No importa, son robots. He pasado el día entre ellos y lo sé. Tienen cerebro positrónico…” (Asimov, 2000, p. 57).

 

Y también una simulación de tipo biológico:

 

“Lo manejó rápidamente, porque era el mecanismo más complicado jamás creado por el hombre. En el interior de la tenue piel cubierta de platino del globo, había un cerebro positrónico, en cuya inestable y delicada estructura habían insertado senderos neutrónicos calculados, que dotaban a cada robot de lo que equivalía a una educación prenatal” (Ibídem, p. 109).

 

La analogía con el cuerpo y cerebro humanos que hace Asimov es importante:

 

“No cuando la media tonelada tiene que ser una masa de condensadores, circuitos, contactos y células de vacío, capaces de tener prácticamente todas las reacciones conocidas de los humanos. Y un cerebro positrónico que, con cinco kilogramos y unos cuantos quintillones de positrones, hacía funcionar toda la maquinaría” (Ibídem, p. 125).

 

Y lo que falta por descubrir, lo desconocido:

 

“Ahora bien…, no hay en toda la U. S. Robots un sólo robotista que sepa lo que es un campo positrónico ni como funciona. Yo tampoco lo sé. Ni tú”  (Ibídem, p. 123).

 

Cada uno de estas citas muestra la idea que del cuerpo humano tiene Isaac Asimov. Su concepción de robot y de la robótica no implica una extensión de las capacidades del ser humano, la cual sería una fase prototípica que posiblemente estemos viviendo en la actualidad.

 

Más bien, la concibe como una especie artificial, tecnológica, que evoluciona a partir  de  la imitación no sólo del cuerpo, también de la mente humana (Block, 1995) pero que posee su desarrollo propio. El escritor coloca a un mismo nivel de especies pensantes al ser humano y al robot pero limitando las  posibilidades de acción del robot bajo la aplicación de tres leyes no naturales, acuñadas por el mismo Isaac Asimov como Las Tres Leyes de la Robótica:

  1. “Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inanición, dejar que un ser humano sufra daño.
  2. “Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes se oponen a la Primera Ley.
  3. “Un robot debe proteger su propia existencia hasta donde esa protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley” (Ibídem, p. 7).

 

La impresión de estas leyes en el cerebro positrónico, limitan la independencia de la especie robótica de la especie humana, que así conserva su dominio sobre el robot. El resultado es algo parecido a la esclavitud en el contexto humano, el dominio de un grupo sobre otro basado en nociones culturales y raciales.

 

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Buscamos inteligencia en el espacio, pero simultáneamente, el hombre busca crear a su imagen y semejanza a través de la tecnología, tal vez de forma inconsciente. La robótica pareciera ser el camino donde una nueva especie pensante se desarrolle.

 

–¡Hey! Daniel, detente. Es sólo ciencia ficción–me dirá, apreciado lector. Y sí, efectivamente, es ciencia ficción, pero usted observe el desarrollo de la tecnología: la mecánica en el Siglo XIX; la electrónica en el Siglo XX y la biología en este último siglo.

 

Cada uno de estos avances se ha incorporado al desarrollo de los robots, a excepción del último. Asimov lo vislumbró, sabía o por lo menos sospechaba, que tarde o temprano sería incluída, pues además de ser escritor, era científico; su especialidad: la bioquímica.

 

Revisemos los avances de la biología: la biotecnología, la ingeniería genética y genómica además de la bioinformática, la biología teórica, la genómica computacional, la astrobiología y la biología sintética. Todas estas disciplinas las aborda Isaac Asimov en algún lugar de  sus obras, incluyendo las de divulgación científica; se podría decir que es el Julio Verne del Siglo XX, con el respeto debido a los grandes exponentes de la ciencia ficción. Pero siguiendo esta tendencia, la posibilidad del cerebro positrónico o algo semejante se acerca, y con ello una nueva idea del ser humano, de su cuerpo y mente.

 

Lo que afirmaré seguirá siendo ciencia ficción para muchos,  pero cuando la mecánica, la electrónica y la biología se complementen; es decir, cuando se incluya material orgánico en la electrónica, se desarrollen circuitos integrados y principalmente microprocesadores con este material y se monten sobre estructuras mecánicas que simulen el cuerpo humano, entonces tendremos la concepción del cuerpo humano de Isaac Asimov.

 

Y,  siguiendo la idea primordial que la vida siempre se abre paso, no descarto que bajo este esquema, los robots sean una especie artificial, tecnológica y pensante. Vendría  un gran cambio si esto sucediera, primero en todos los ámbitos humanos y posteriormente en los robóticos.

 

Bibliografía

 

El arte de accidentarse de la nada

Por Vanessa Puga

Cualquiera que me conozca desde hace más de un año sabe que tengo, entre muchas otras cualidades, la facilidad para lastimarme aparentemente sin razón. Mi cuerpo tiene esa habilidad extravagante de necesitar reposo e incapacidades con que me vean feo.

 

Si bien era motivo de burla para muchos amigos míos al ver que era más frágil que nada, la verdad no se trata de ningún chiste: padezco una enfermedad para la que, de momento, no existe cura.  Por causa de un defecto genético, mi cuerpo tiene una deficiencia en la síntesis de colágena, la proteína que está en el tejido conectivo ayudando a la elasticidad de la piel, los músculos, los ligamentos, los vasos sanguíneos e incluso las vísceras. A este defecto se le conoce como Síndrome de Ehlers-Danlos (EDS por sus siglas en inglés).

 

El EDS fue descubierto por los médicos Evard Ehlers, de Dinamarca, y Henri-Alexandre Danlos, de Francia, hacia finales del siglo XX.

 

¿Qué provoca este síndrome? En realidad puede provocar muchas cosas: actualmente está clasificado en 6 tipos distintos. Si bien en lo general no es preocupante, existe un grado en el que incluso la vida del paciente está en riesgo por la alta probabilidad de tener un aneurisma que se reviente.

 

Sus síntomas oscilan en una amplia gama de posibilidades: dolores de articulaciones sin que haya inflamación o un golpe significativo, hiperelasticidad de las articulaciones que conlleva a una fragilidad singular: luxaciones, esguinces y dislocaciones son los resultados comunes de actividades que por lo general no representan mayor peligro para el resto del mundo (como caminar o correr), dolores de cabeza que pueden terminar en migrañas, fatiga, facilidad para llenarse de moretones sin razón aparente, calambres inexplicables y repentinos, así como adormecimiento de los miembros.

 

Leyendo esta serie de síntomas cualquiera diría que noes nada muy serio: cualquiera puede vivir así. Yo, como aquejada por el EDS que  soy, puedo comentarles que es molesto, por decir lo menos:

 

Imaginen que van caminando tranquilamente hacia su salón de clases, el piso es perfectamente plano y parejo, no hay piedras, baches, escalones ni nada que se le parezca. Justo cuando están por entrar al salón, se les dobla el tobillo derecho. Escuchan cómo truena, el sonido les recuerda al provocado al morder una manzana. Tras el falseo, caminan a su asiento en el aula, sintiendo que el tobillo punza, se va calentando, empieza a doler. Al revisarse resulta ser que el tobillo ya tiene el tamaño de una pelota de tenis y está amoratado. Terminan en el hospital donde el médico, asombrado, pregunta qué pasó. Cuando le cuentan no les cree: “Un poco más y es fractura” dice moviendo la cabeza. ¿Resultado? Yeso y reposo por más de un mes. ¡Pero si sólo se les dobló el tobillo! Sí. Sólo se dobló el tobillo, pero al padecer EDS la flexibilidad es tal que termina no sólo en accidentes sino en heridas graves.

Yo podría contarles una infinidad de accidentes que parecen de menos graciosos, por no decir inverosímiles. Son consecuencia del EDS. Mi cuerpo no funciona como el del resto del mundo. No debo hacer ejercicio si nos bajo supervisión médica. Mis rodillas, particularmente la derecha, tienen un desgaste que es normal a los 50 o 60 años. Debo tener mucho cuidado con lo que hago para evitarme más accidentes. Incluso caminar, como ya narré, puede ser un riesgo.

 

No existe cura conocida para el EDS. Se sabe que es hereditario, por lo que es necesario tener bajo supervisión a los hijos para ver qué tipo del síndrome padecen, de ser el caso, y poder evitarle accidentes en la medida de lo posible. El tratamiento es nada más de apoyo: terapia física, monitoreo del sistema cardiovascular (en caso de tener el tipo que afecta a este sistema), instrumentos ortopédicos y a veces cirugía. Es de vital importancia evitar actividades físicas que puedan provocar el estiramiento excesivo de las articulaciones.

 

Así que sí: no hago ejercicio porque requiero supervisión. Es probable que deban operarme de la rodilla. Y debo caminar fijándome en cada paso que doy para no terminar con muletas por tercera vez en mi vida. Es todo un arte evitar el caerme.

 

Al principio me enojaba mi situación: es molesto creer que estás imposibilitado para llevar una vida como los demás. Me eché toda la secundaria con los dedos de las manos entablillados por jugar voléibol y básquetbol.  Bailar en una obra de teatro musical provocó que me echara a perder la rodilla derecha de por vida. ¿De verdad no debo bailar? ¿En serio debo abstenerme de practicar deporte? ¿Debo supervisar a mi hijo, chapulín experto, para que no termine como yo? ¿Qué clase de vida es esa? ¿Hay que estar en una burbuja para que nada pase?

 

La respuesta es simple: NO. Por fortuna el que mi cuerpo no funcione como el resto de los demás no significa que deba llevar una vida diferente. Debo ser más precavida. Pero eso no desemboca en no vivir. Todo lo contrario: significa aprender a vivir con mi cuerpo, amarlo y quererlo como es. A final de cuentas, es lo que todo el mundo debería hacer.

 

Si en general muchos de los accidentes que pasan es por falta de cuidado y por ignorancia (desconocer nuestro propio cuerpo y sus limitaciones, así como desconocer cuáles son circunstancias riesgosas suele terminar en accidentes), en el caso particular de los que padecemos este síndrome es más el cuidado que hay que tener. Pero eso sólo significa poner más atención y no ser tan atrabancado.

 

Y, por supuesto, irse haciendo de un buen sentido del humor. Mejor reírse por terminar enyesado por haber realizado la hazaña de caminar dos metros que vivir amargado por un esguince de tercer grado. Total, es un arte accidentarse de la nada, pero es aún más artístico vivir feliz a pesar de ello.

 

Si quieren más información acerca del EDS así como sus tipos, les recomiendo (Información en inglés):

 


¿Y si venimos del mono?

Por Carlos Díaz

 

En el siglo XXI todavía es común escuchar gente que duda de la Teoría de la Evolución considerando que el término teoría en el aspecto científico se refiere a una especulación disparatada. Ideas como “si venimos del mono, ¿Por qué hay monos aún?” o el argumento del reloj y más actual, la del avión, que consiste en que si un reloj o un avión son encontrados entre las arenas de una playa se pensaría que alguien los diseñó y que no fue el azar que unió los materiales y les otorgó el funcionamiento correcto. Además, otro razonamiento es la complejidad irreductible que intenta demostrar que un órgano incompleto no funcionaría, es decir, si el ojo fuera medio ojo no serviría y es por eso que se debió diseñar completo porque no podría evolucionar gradualmente y ser útil a la vez. Los detractores de la Evolución han buscado justificar tales falacias con una serie de ideas conocidas como Diseño Inteligente (DI), que como veremos, no parece muy inteligente y es más bien un diseño distraído y no hecho de muy buena gana. Por supuesto que la parte más difícil de aceptar de la Teoría de la Evolución es la de los seres humanos.

Nuestro cuerpo ha evolucionado de distintas formas que permiten la adaptación. Desarrollamos el lenguaje que dio la oportunidad de unir lo abstracto con lo concreto, regulamos nuestra temperatura corporal con el sudor, contamos con un cerebro grande para un cuerpo relativamente pequeño, podemos manipular objetos y un gran avance es anticiparse, planear e imaginar el futuro. Pero nuestro organismo no es perfecto. Contamos con remanentes del largo y ríspido camino evolutivo.

Las muelas del juicio, el apéndice, un tercer párpado, el cóccix, los dedos de los pies, músculos en el pabellón auricular, costillas extras entre otros músculos, inclusive, branquias, son órganos vestigiales que todavía se pueden encontrar en un porcentaje de la población mundial y no tienen alguna utilidad.

Cada uno de estos órganos fueron indispensables para cubrir alguna función en el pasado remoto, por ejemplo, las muelas del juicio, en una mandíbula de mayor tamaño y con una necesidad alimenticia más precaria, ayudaban a un mejor procesamiento del alimento o el apéndice podía digerir la celulosa al llevar una dieta primordialmente vegetal por parte de los primeros homínidos.

El tercer párpado que en los seres humanos es un pequeño pliegue, protege al ojo de impurezas y algunos animales aún lo conservan, el cóccix unía el rabo al cuerpo pero al desparecer éste por no tener mayor utilidad (no es necesario para la comunicación, ni el equilibrio como el caso de los veloces guepardos que lo usan como un timón) así que sólo se mantuvo la unión. Un par de costillas extras son de nuestros ancestros reptiles y de un antepasado común compartido con nuestros cercanos compañeros los chimpancés. Las branquias en el desarrollo embrionario que desaparecen antes del nacimiento muestran otro vestigio de un antepasado, los peces.

Músculos como en el pabellón auricular no se usan más, la mayoría de la gente no puede mover las orejas y los que pueden no lo hacen más que por diversión, el vello y su músculo erector (el que provoca la piel de gallina) no tienen ninguna función al haberse perdido la mayoría del vello corporal. El músculo palmar que en algunas personas corre del codo a la muñeca se pudo utilizar para escalar y columpiarse entre los árboles, al caminar erguidos por la tierra no se necesitó más este músculo. A excepción del dedo pulgar del pie, los demás dedos no tienen ninguna función puesto que la gente no acostumbra a andar por las ramas con ellos.

Con el descubrimiento del ADN se comprobó que los seres humanos y otras especies comparten en un alto porcentaje el material genético y sobre todo, un ancestro en común, así que no es de extrañarse que aún contemos con estas partes.

Estos órganos vestigiales trazan el camino desde la evolución de la vida acuática, los primeros vertebrados, los reptiles, los mamíferos hasta los seres humanos.  A pesar de estos remanentes, los detractores insistirán en que la Evolución es una teoría sin comprobar.

Una teoría científica no es una anécdota, ni un “yo creo que”. Una teoría es un conjunto de conocimientos estructurados que  explican un hecho y tienen aparte la capacidad de predecir otros. La evolución es un hecho. Es cierto que en la escuela enseñan que una teoría debe convertirse en ley cuando se comprueba, pero esto no es correcto. Una ley es una simplificación matemática que describe un hecho, una teoría científica lo explica y está abierta a modificaciones y agregados que mejoren su desarrollo o en su defecto, la desmientan. La Teoría de la Evolución es un conjunto de teorías que se han completado entre sí, mas no existe alguna que no sea falsable, es decir, irrefutable; que desestime los conocimientos que se tienen en conjunto de la Teoría de la Evolución.

Con base en esto, ¿En qué se equivocan sus detractores?

¿De qué sirve medio ojo? Medio ojo sirve más que ningún ojo, ya lo decía Darwin. Los primeros ojos evolucionaron a partir de células fotosensibles, así que un organismo sensible a la luz y a la oscuridad tiene una ventaja al que no lo tiene y probablemente lo llevará sobrevivir y reproducirse. Los seguidores del DI afirman que la complejidad de estos órganos o de otros no puede ser gradual. Error, estos órganos podrían tener una función distinta antes de especializarse en una más compleja, como el caso de los ojos con células receptoras de luz.

El argumento del reloj es errónea porque ni los seres humanos, u otra especie, apareció por arte de magia, la Evolución no explica cómo se originó la vida, esa es labor de la abiogénesis, la evolución se da a partir de que la vida existe, desde lo más simple. Un reloj es un artefacto complejo que no se reproduce, ni muta, ni está sujeto a la selección natural y tampoco se transforma gradualmente, ni especializa sus funciones. La comparación no tiene sentido.

La falla del argumento “si venimos del mono…” consiste en que es un error creer que el mono es nuestro antepasado directo. Primates y humanos comparten un ancestro que se diversificó por distintos caminos, la evolución es ciega, no tiene un fin y es dirigida por la fuerza de la selección natural.

Los seres humanos, en cambio, llevan a cabo la selección artificial. La podemos ver en el maíz, los plátanos, los perros, las abejas y otros animales y vegetales que se utilizan para el consumo. La selección natural tarda en algunos casos millones de años, la selección artificial es por mucho más rápida.

¿Por qué insistir en que la Teoría de la Evolución está equivocada? La respuesta podría resumirse a una sola palabra: dogmas. Sin incluir la paradoja del diseñador que consiste en que si hay un diseñador, quién lo diseñó a él y quién diseñó al otro diseñador y así consecutivamente, el Diseño Inteligente es un eufemismo de Creacionismo donde se le atribuye la existencia de la vida como la conocemos a un creador. Los órganos vestigiales demuestran que la evolución y la selección natural no son infalibles, ni perfectas, pero explican cuál ha sido el camino recorrido y la cercanía entre las especies. Cada organismo que existe en la Tierra es ganador de una dura guerra por la supervivencia y la proliferación de sus genes, pero en algunos casos, como en los humanos, aún quedan señales de la terrible batalla.

Procesos Naturales

Por David Cervantes

Cuando se es pequeño, la noción de las cosas es irrelevante. Los bebés disfrutan del amor de sus padres, la comida, las formas que descubren en su entorno, los colores ante sus ojos, los aromas que forman parte del aire. Para ellos no existen tribulaciones personales, laborales o sociales, sólo viven la vida. Se mantienen  impasibles ante la realidad. En esos momentos de la infancia, abigarrados de experiencias diversas, los infantes apenas echan una mirada al mundo: sólo lo vislumbran arrobados por su esplendor.

 

Al transcurrir el tiempo, nuestro cuerpo se va desarrollando. Desde la misma concepción un ser vivo cambia en correspondencia  con los ciclos temporales por los que  atraviesa, puede cambiar en apariencia o en intelecto, hacerse más fuerte o débil mientras afina los rasgos fisiológicos y psicológicos que definen a cada individuo.

 

Usualmente ocurre que cuando llegamos a una edad en la que comprendemos ampliamente los procesos del tiempo deseamos crecer o bien, dejar de hacerlo.

 

Como la tercera ley de Newton, que enuncia que, a cada acción le corresponde una reacción de igual magnitud pero de sentido contrario, cuando se es menor, se desea crecer, para hacer lo que se plazca, para dejar de obedecer las reglas de los padres o tutores; tener autoridad  y autonomía. Cuando se es adulto, se desearía detener el tiempo.

 

Cuando los niños  miran a los adultos quieren ser como ellos, en estatura, fuerza, belleza, personalidad, o habilidad. Ellos anhelan alcanzar esa edad y apariencia, sin preocuparse por otro hecho más que el de crecer, motivados por el celebérrimo  “te lo diré cuando seas grande”. Necesitan, sienten,  ser mayores para develar los misterios que trae la edad.

 

Para los adolescentes, crecer significa alcanzar la mayoría de edad, para hacer todo lo que no se les permite; significa el que su cuerpo se desarrolle lo suficiente para gustar o para sentirse orgullosos de su físico.

 

Al pasar el tiempo, comprendemos que, así como la vida está llena de momentos para disfrutar, también tiene  obligaciones. La vida exige mucho al cuerpo y a la mente, demanda energía y vitalidad. Con el correr del tiempo, la integridad de la apariencia y el físico van mermando, desluciendo poco a poco la lozanía de la juventud. Entonces es cuando se revierte el anhelo de la edad, sustituyéndolo un deseo de que el tiempo regrese.

 

Puede suceder, que a resultas de lo duro que es ser  adulto, las personas  sueñen con dejar de serlo, remembrando los gloriosos años de la niñez, cuando los padres se hacían cargo de todo.

 

La gente empieza a mentir sobre la edad para sentirse a salvo con un número falso que no obstante, será evidente, por mucho que  se proteja la integridad del cuerpo. Las marcas de los ciclos temporales señalarán la verdad, fatalmente, a pesar de que  existan tratamientos cosméticos, quirúrgicos  o físicos (como el ejercicio) para tratar de borrar el paso del tiempo. Esfuerzos siempre inútiles, si se considera que no hay manera de parar la edad o el envejecimiento.

 

Definitivamente, los estatutos que ha dictado la sociedad en cuanto a la temporalidad son un factor que orilla a los individuos  a perder el sosiego por algo tan natural como las etapas de la vida. Términos como niño, joven, adulto, señor o viejo, laceran hasta la persona más impertérrita.

 

Ser niño es ser  inocente, ser joven es ser inexperto, además de fuerte, vital, entusiasta y ávido por vivir. Por su lado, la madurez es señal de pericia,  estabilidad, la cúspide del ciclo vital. Finalmente, la vejez es el icono de un marchitar, la sabiduría y la muerte.

 

Se debe considerar que a veces las personas pueden ser muy  sensibles respecto a estas denominaciones. Cuando un niño o un joven  llaman señor a  alguien que no se considera así, piensa que es porque luce viejo, y viceversa, los adultos pueden llamar  a los jóvenes, niños  haciéndoles sentir inferiores.

 

Es necesario entender que la vida es una línea del tiempo completa y todos son parte de ella, lo fueron y lo serán, por tanto, no hay que tomar como ofensa un apelativo, ya que en las distintas etapas de la vida  la gente los utiliza con o sin intención y no es nada fuera de este mundo.

 

Pero la mayoría de los humanos cruzan por las etapas de la vida mientras sienten el influjo de la sociedad y se exigen  crecer o dejar de hacerlo, yendo en contra de la naturaleza  de la vida, que  tiene un ciclo que inicia con el nacimiento y termina con la muerte.

 

Lamentablemente, la humanidad no comprende que existen tiempos para todo, un día se nace y otro se muere, y  la edad que se tenga será irrelevante cuando se carezca de aliento.

 

El cuerpo humano es sólo el vehículo que nos lleva por el camino  de la vida, que tiene una  extensión indeterminada y que termina con el fallecer, hecho ineludible que  no  exenta a nadie por la edad que se tenga  o la apariencia  que se posea.

Bullying: Ideas de adultos que afectan a niños

Por Andrea Cruz

Belleza es una noción abstracta con la que etiquetamos  diversos aspectos de la existencia humana. Desde hace tiempo los estereotipos con respecto a lo bello han, determinado la pauta entre lo aceptable y lo inaceptable en materia de apariencia para hombres y mujeres. Cuando una persona no cubre los estándares imperantes de su tiempo, puede vivir un verdadero calvario.

La imagen de la mujer delgada, de buen cuerpo y cara angelical y su contraparte masculina, han generado una obsesión en el sector más vulnerable de la población: adolescentes de entre 12 y 17 años. Desde temprana edad, los jóvenes han sido atacados por un bombardeo de comerciales, modelos  y estereotipos. El resultado es que, un problema que antes sólo era de adultos—verse bien, tener buen cuerpo y estar a la moda—actualmente se manifiesta en la niñez de México y el mundo.

Veo dos consecuencias preocupantes de esta situación. Por un lado, los trastornos alimenticios. La obsesión por ser extremadamente delgado se ha constituido en una de las principales causas de muerte entre los adolescentes. Por otro, el bullying o acoso escolar, resultado de la intolerancia de los mismos jóvenes y niños hacia los menos agraciados

La agresividad y violencia que genera el burlarse de algún aspecto físico del compañero tan sólo demuestra la falta de tolerancia y de respeto hacia las personas que tienen algún “defecto”. La crueldad con que los  niños de niveles de educación básica actúan no es algo normal, es el reflejo de lo que día a día observan.

Tan mal ejemplo se les da a los pequeños que ven como algo normal la burla que se les hace a sus compañeros. Y lo peor es muchos padres no hacen nada para evitar que actúen así.

Ya no se respeta a la persona y tal pareciera que lo único importante es dañar al prójimo. Es momento de poner alto a esas ideas que no aceptan el cuerpo humano tal cual, ideas que han llevado a que los niños se burlen de sus compañeros, dañando su integridad.

Un buen principio para contrarrestar la gran cantidad de maltrato sicológico y físico que se vive en las aulas de primarias y secundarias es educar  a los muchachos  en la aceptación de sí mismos y los demás, tal como son.

Varios programas, en especial series televisivas, han dando  difusión a este problema, divulgando  lo que varios alumnos viven cada día en la escuela.

Abordar esta problemática en los medios  ayuda a propiciar la crítica y la reflexión sobre lo que se les está enseñando a los niños y con ello,  se da un paso para llegar a resolverla. Es beneficioso también para mejorar los contenidos e ideas que se les transmiten a los adolescentes que están en pleno desarrollo.

Tardes de Vistas

Reseña de la Inauguración del 1º Festival Internacional de Cine de la Ciudad de México

Por Bruno Gallardo

 

Tiempo atrás, cuando aún no existían los cines, la gente se reunía en algún punto de la ciudad y pagaba por ver imágenes reproducidas en una pared o manta blanca a través de un proyector. A estas primitivas formas de cine se les conocía como “tardes de vistas”, comentó el escritor de cine Guillermo Arriaga al recibir las Alas de la Ciudad, el reconocimiento que le fue otorgado durante la ceremonia de inauguración del Festival Internacional de Cine de la Ciudad de México. Y fue precisamente lo que tuvimos durante esta nublada y fría tarde en la ciudad, muy buenas vistas.

 

Qué mejor lugar que el Teatro de la Ciudad para albergar este Primer Festival Internacional de Cine de la Ciudad de México, y que, por extraño que parezca es la primera celebración de este tipo organizada en el D.F. precisamente por el Gobierno de la Ciudad a través de la Secretaría de Cultura del Distrito Federal.

 

Dada la importancia cinematográfica que tiene el D.F. es increíble que no hubiera existido esta iniciativa anteriormente, considerando que ciudades como Morelia, Guadalajara e incluso Acapulco, entre muchas otras dentro y fuera de la República Mexicana, cuentan con un festival propio.

 

Alrededor de las  6 PM empezó, con la señora Patricia Reyes Espíndola, el desfile de celebridades sobre la alfombra roja de este evento. La actriz amablemente se acercó para comentar que le parecía una excelente idea promover y apoyar este festival.

 

Continuó así la pasarela de actores como Gustavo Sánchez Parra, Humberto Bustos (Amores Perros) Fernando Becerril, el siempre bromista Luis Felipe Tovar y el mismo Guillermo Arriaga, quien dijo creer que el cine no sólo es cultura, también es “vida, arte, expresión, sentimientos”, y tantas diferentes cosas que definitivamente lo convierten en todo un estilo de vida.

 

Fue cuando la belleza se hizo presente al arribar la guapísima Alejandra Barros, quien, dijo, tomará un descanso durante este año, ya que la promoción de la película “No soy yo, eres tú” en la cual comparte protagónico con Eugenio Derbez, fue tan agotadora como redituable.

 

Entonces, a lo lejos, empezó a haber mucho movimiento: murmullos y destellos de flashes anunciaban la llegada de uno de los personajes más importantes en esta ecuación:  Marcelo Ebrard, Jefe de Gobierno.

 

Ebrard arribó alrededor de las 6:40 PM. Con una gran comitiva y mucha seguridad fue acaparando la atención de todos los reporteros y camarógrafos. Sin embargo, no fue posible obtener una opinión de su sentir hacia el Festival debido a que las preguntas incómodas acerca de la inseguridad y la violencia de parte de un colega reportero lo incomodaron lo suficiente como para continuar su camino hacia el interior del recinto, sin responder una sola pregunta.

 

Pero muy probablemente hubiera coincidido con todos aquellos a los que sí pudimos entrevistar, en el sentido de que un evento de estas características era muy necesario para nuestra ciudad, la cual es importante semillero de actores, productores, estudiantes, y sobre todo, espectadores.

 

Hace falta buen cine y que lo puedan ver todos, por eso, del 4 al 13 de Abril habrá 15 puntos en la ciudad donde se exhibirán, gratuitamente y al público en general, películas nacionales y extranjeras, en diferentes formatos reviviendo así, de alguna forma, esas “tardes de vistas”. Cuba es el país elegido como invitado especial este primer año.

 

Tal vez la pregunta que queda en el aire es… ¿Se demoró demasiado la comunidad cinéfila local en organizar esta celebración?, o ¿Llega el Festival en buen momento?

Esperemos que los resultados sean buenos. Al menos la intención lo es, creemos.

 

Hay que hallar otras formas de hacer el cine más accesible para todos todo el tiempo y también poner nuestro grano de arena al ser más críticos  y evitar el cine “chatarra”.

 

Y,  como dicen por ahí, “el cine es vida…, así que hay que vivir”.

La sangre, el río viviente

Por Orquídea Fong

No recuerdo analogía más hermosa, y que me haya dejado una impresión tan cálida y duradera como la que hace Asimov en el primer capítulo de El Río Viviente, la Fascinante Historia del Torrente Sanguíneo, analogía con la que explica la función de la sangre.

Este líquido,  encargado de llevar nutrientes a cada una de las células de nuestros complejos organismos de mamíferos, no es otra cosa, dice Asimov, que un poco de mar atrapado dentro de nosotros.

El Río Viviente es uno de mis libros más queridos, a pesar de que su lectura me resulta difícil, por su nivel científico. No obstante los escollos que representa—para mí, al menos—la lectura sobre citología, bioquímica, fisiología  y otras materias, afirmo que el buen Asimov triunfa totalmente en volver apasionante la historia de la sangre.

La sangre tiene historia, es decir, que no siempre fue lo que es. Cuando éramos seres unicelulares no necesitábamos sangre, ya que flotábamos en una nutritiva y cómoda masa de agua salada que nos brindaba todo lo necesario. Era como solo estirar la mano a la alacena llena de cervezas, sin tener que trabajar. Este idílico estado no podía durar eternamente.

Con el paso de cientos, miles y millones de años (que para la naturaleza no son nada), los organismos fueron haciéndose cada vez más complejos. Donde antes había una célula, ahora había varios miles y después, varios millones, cumpliendo funciones cada vez más especializadas, colaborando entre sí, y quedando cada vez más lejos del nutritivo mar.

Las primeras agrupaciones celulares resolvieron el problema abriendo canales o surcos entre ellas mismas, para que el mar en que flotaban entrara y saliera sin problemas, llevando nutrientes y arrastrando desechos. También desarrollaron el recurso de formar una especie de cúpula bajo la cual el mar pudiera entrar y salir.  Pero hubo un límite a esta solución debido, por un lado, a que el impulso del mar para llegar a sitios recónditos no era suficiente y por otro, a que llegó un momento  en que miles de  organismos evolucionaron para ser animales y mientras que unos continuaron en el mar, otros se fueron a tierra firme.

Quienes continuaron en el mar, como organismos complejos, no la tenían tan sencilla para llevar alimento a cada célula, pero definitivamente, su vida era más fácil que la de los que se fueron a tierra.

Entonces, la naturaleza, la evolución o la inteligencia cósmica, quien sea (es un debate aparte), determinó una solución pasmosa. Si el animal no puede estar en el mar, entonces… ¡el mar puede estar dentro del animal! Y si fuera del cuerpo es un océano, por dentro de él se vuelve un río. Un río viviente: eso es la sangre.

“Cualquier criatura unicelular en el mar, tan pequeña que se necesita un microscopio para verla, dispone de billones de veces más sangre que nosotros”. Con esta provocativa frase abre Asimov el primer capítulo: “Una pizca de océano”.

Exhaustivo, detallado, preciso y siempre humorístico, como sabe cualquiera que sea su seguidor, Asimov toca todas las facetas relacionadas con la constitución y naturaleza de la sangre, incluidos algunos de sus padecimientos más frecuentes. Como todo en el cuerpo humano se relaciona entre sí, al estudiar sobre la sangre, el autor nos hace aprender sobre el funcionamiento del hígado, el corazón, los riñones, las interacciones entre oxígeno, nitrógeno y bióxido de carbono, la forma en que se absorben los alimentos en el intestino, el sistema inmunitario y un largo, largo etcétera.

Apasionante, el libro, editado originalmente en 1960, en Estados Unidos, contiene capítulos de título tan atractivo como cualquier novela del buen doctor: “Incidentes en la ruta del oxígeno”, “La sal de la tierra”, “La vitamina roja”, “Manteniendo a raya el peligro exterior”, los cuales muestran el porqué Asimov fue y será por mucho tiempo el maestro indiscutible de la divulgación científica.

No faltan, como es común en él, pequeñas alusiones a su persona y a sus inclinaciones. Al hablar de la grasa que el cuerpo humano acumula, por ejemplo, señala que las mujeres suelen conservar más grasa que los hombres, lo cual, dice, no les agrada a ellas, pero debería, ya que les brinda esos contornos suavemente redondeados  que son, “si se me permite decirlo, deliciosos”.

Invito al lector de KYA! a conseguir un ejemplar de este libro y adentrarse en los sutiles mecanismos de la sangre. Desgraciadamente, que yo tenga conocimiento, no ha sido editado recientemente, pero pueden comprarse por internet ediciones viejas. La mía es de 1976, editada por Limusa.

Para cerrar este comentario, transcribo el párrafo final del libro, en el cual Asimov resume con claridad qué es la sangre:

“Es el infatigable sistema de tránsito del organismo, con dispositivos especiales para llevar oxígeno de los pulmones a las células  y el bióxido de carbono de las células a los pulmones; para conducir desperdicios nitrogenados a los riñones y los productos de la digestión al hígado; para transportar azúcares, lípidos y proteínas a todas las células; para llevar iones, hormonas y vitaminas adonde sean necesarios; para distribuir el calor según los requisitos; para traer a las reservas de defensa a los lugares de invasión por peligros externos. Y para coronar todo eso, es un líquido que sella automáticamente y tapa los escapes posibles…No hay nada en el mundo como él ”.

Y todo eso, mientras estamos vivos, ¡corre por nuestro interior!