¿Y si venimos del mono?

Por Carlos Díaz

 

En el siglo XXI todavía es común escuchar gente que duda de la Teoría de la Evolución considerando que el término teoría en el aspecto científico se refiere a una especulación disparatada. Ideas como “si venimos del mono, ¿Por qué hay monos aún?” o el argumento del reloj y más actual, la del avión, que consiste en que si un reloj o un avión son encontrados entre las arenas de una playa se pensaría que alguien los diseñó y que no fue el azar que unió los materiales y les otorgó el funcionamiento correcto. Además, otro razonamiento es la complejidad irreductible que intenta demostrar que un órgano incompleto no funcionaría, es decir, si el ojo fuera medio ojo no serviría y es por eso que se debió diseñar completo porque no podría evolucionar gradualmente y ser útil a la vez. Los detractores de la Evolución han buscado justificar tales falacias con una serie de ideas conocidas como Diseño Inteligente (DI), que como veremos, no parece muy inteligente y es más bien un diseño distraído y no hecho de muy buena gana. Por supuesto que la parte más difícil de aceptar de la Teoría de la Evolución es la de los seres humanos.

Nuestro cuerpo ha evolucionado de distintas formas que permiten la adaptación. Desarrollamos el lenguaje que dio la oportunidad de unir lo abstracto con lo concreto, regulamos nuestra temperatura corporal con el sudor, contamos con un cerebro grande para un cuerpo relativamente pequeño, podemos manipular objetos y un gran avance es anticiparse, planear e imaginar el futuro. Pero nuestro organismo no es perfecto. Contamos con remanentes del largo y ríspido camino evolutivo.

Las muelas del juicio, el apéndice, un tercer párpado, el cóccix, los dedos de los pies, músculos en el pabellón auricular, costillas extras entre otros músculos, inclusive, branquias, son órganos vestigiales que todavía se pueden encontrar en un porcentaje de la población mundial y no tienen alguna utilidad.

Cada uno de estos órganos fueron indispensables para cubrir alguna función en el pasado remoto, por ejemplo, las muelas del juicio, en una mandíbula de mayor tamaño y con una necesidad alimenticia más precaria, ayudaban a un mejor procesamiento del alimento o el apéndice podía digerir la celulosa al llevar una dieta primordialmente vegetal por parte de los primeros homínidos.

El tercer párpado que en los seres humanos es un pequeño pliegue, protege al ojo de impurezas y algunos animales aún lo conservan, el cóccix unía el rabo al cuerpo pero al desparecer éste por no tener mayor utilidad (no es necesario para la comunicación, ni el equilibrio como el caso de los veloces guepardos que lo usan como un timón) así que sólo se mantuvo la unión. Un par de costillas extras son de nuestros ancestros reptiles y de un antepasado común compartido con nuestros cercanos compañeros los chimpancés. Las branquias en el desarrollo embrionario que desaparecen antes del nacimiento muestran otro vestigio de un antepasado, los peces.

Músculos como en el pabellón auricular no se usan más, la mayoría de la gente no puede mover las orejas y los que pueden no lo hacen más que por diversión, el vello y su músculo erector (el que provoca la piel de gallina) no tienen ninguna función al haberse perdido la mayoría del vello corporal. El músculo palmar que en algunas personas corre del codo a la muñeca se pudo utilizar para escalar y columpiarse entre los árboles, al caminar erguidos por la tierra no se necesitó más este músculo. A excepción del dedo pulgar del pie, los demás dedos no tienen ninguna función puesto que la gente no acostumbra a andar por las ramas con ellos.

Con el descubrimiento del ADN se comprobó que los seres humanos y otras especies comparten en un alto porcentaje el material genético y sobre todo, un ancestro en común, así que no es de extrañarse que aún contemos con estas partes.

Estos órganos vestigiales trazan el camino desde la evolución de la vida acuática, los primeros vertebrados, los reptiles, los mamíferos hasta los seres humanos.  A pesar de estos remanentes, los detractores insistirán en que la Evolución es una teoría sin comprobar.

Una teoría científica no es una anécdota, ni un “yo creo que”. Una teoría es un conjunto de conocimientos estructurados que  explican un hecho y tienen aparte la capacidad de predecir otros. La evolución es un hecho. Es cierto que en la escuela enseñan que una teoría debe convertirse en ley cuando se comprueba, pero esto no es correcto. Una ley es una simplificación matemática que describe un hecho, una teoría científica lo explica y está abierta a modificaciones y agregados que mejoren su desarrollo o en su defecto, la desmientan. La Teoría de la Evolución es un conjunto de teorías que se han completado entre sí, mas no existe alguna que no sea falsable, es decir, irrefutable; que desestime los conocimientos que se tienen en conjunto de la Teoría de la Evolución.

Con base en esto, ¿En qué se equivocan sus detractores?

¿De qué sirve medio ojo? Medio ojo sirve más que ningún ojo, ya lo decía Darwin. Los primeros ojos evolucionaron a partir de células fotosensibles, así que un organismo sensible a la luz y a la oscuridad tiene una ventaja al que no lo tiene y probablemente lo llevará sobrevivir y reproducirse. Los seguidores del DI afirman que la complejidad de estos órganos o de otros no puede ser gradual. Error, estos órganos podrían tener una función distinta antes de especializarse en una más compleja, como el caso de los ojos con células receptoras de luz.

El argumento del reloj es errónea porque ni los seres humanos, u otra especie, apareció por arte de magia, la Evolución no explica cómo se originó la vida, esa es labor de la abiogénesis, la evolución se da a partir de que la vida existe, desde lo más simple. Un reloj es un artefacto complejo que no se reproduce, ni muta, ni está sujeto a la selección natural y tampoco se transforma gradualmente, ni especializa sus funciones. La comparación no tiene sentido.

La falla del argumento “si venimos del mono…” consiste en que es un error creer que el mono es nuestro antepasado directo. Primates y humanos comparten un ancestro que se diversificó por distintos caminos, la evolución es ciega, no tiene un fin y es dirigida por la fuerza de la selección natural.

Los seres humanos, en cambio, llevan a cabo la selección artificial. La podemos ver en el maíz, los plátanos, los perros, las abejas y otros animales y vegetales que se utilizan para el consumo. La selección natural tarda en algunos casos millones de años, la selección artificial es por mucho más rápida.

¿Por qué insistir en que la Teoría de la Evolución está equivocada? La respuesta podría resumirse a una sola palabra: dogmas. Sin incluir la paradoja del diseñador que consiste en que si hay un diseñador, quién lo diseñó a él y quién diseñó al otro diseñador y así consecutivamente, el Diseño Inteligente es un eufemismo de Creacionismo donde se le atribuye la existencia de la vida como la conocemos a un creador. Los órganos vestigiales demuestran que la evolución y la selección natural no son infalibles, ni perfectas, pero explican cuál ha sido el camino recorrido y la cercanía entre las especies. Cada organismo que existe en la Tierra es ganador de una dura guerra por la supervivencia y la proliferación de sus genes, pero en algunos casos, como en los humanos, aún quedan señales de la terrible batalla.

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