Ego: es femenino


Por Carmen Banhart

Fue un día, no importa cual; en un lugar, tampoco es relevante…solo la vi, distraída, un tanto arrogante pero insegura, extravagante, sí, de esas personas que por alguna razón captan la atención sin intención alguna.  Estaba ahí, parada, como esperando con mucha impaciencia, su rostro reflejaba aburrimiento, fastidio y estrés; aún así, me atreví a saludarla, ¿qué podría perder?

Le dije: “Hola, ¿esperando?”.

Y sin casi mirarme dijo amargamente: “Sí…y ya quiero irme”.

-¿Y porque no lo has hecho?

Con sonrisa casi burlona contestó: “ Pues ¡porque no!…¡espero!”

A decir verdad, no me importaba que o a quien esperaba, mientras  estuviera ahí y me diera la oportunidad de conocerla, me era suficiente. Sin que ella se diera cuenta, comenzamos a platicar, si es que al juego de preguntas básicas para conocer a alguien y respuestas crudas y cortas, se le puede llamar “plática”.

Entonces, me despedí con un “hasta luego” y ella sólo con una sonrisa, volvió a mover la pierna desesperadamente y entonces me fui.

Camino a casa…no dejé de pensar en ella y lo extraña que era, tan hermética, tan soberbia, indiferente y distraída. Aun así, no dejaba de captar mi atención y la de otros más…

Otro día…sí, no importa cual, la miraba desde lejos: ¿qué estará pensando?, ¿saldrá el fin de semana?, ¿con quién?, ¿a  dónde?, ¿le gustarán las mascotas?, ¿Qué hace en su tiempo libre?; simplemente, quería conocerla. Coincidíamos en tiempo y espacio, era inevitable no vernos o saludarnos. Comenzamos a conocernos.

La atracción fue creciendo, aparentemente ella pensaba en mí, yo en ella; la buscaba y se dejaba encontrar; la llamaba y ya respondía con más de tres palabras, le escribía y contestaba, ahora ella me buscaba  y aunque  lo negaba, me esperaba para poderme saludar.

Si vives este tipo de cosas con alguien, ¿qué piensas?, la respuesta es obvia, pues lo que “sucedía”  era evidente. Entonces pensé que era el momento, pero el juego del “amor veraniego”, se prolongaba…y prolongaba. Aun así, sentía que la amaba lo suficiente como para esperarla.

Sin embargo, cada día era más rara, cambios de actitud, un día feliz, otro triste… me llamaba con emoción para vernos, nos veíamos y ya no era tan emocionante, y aunque estaba con ella, era como no estarlo, las palabras cortas, la indiferencia y el hermetismo habían vuelto.

Otro día, sí, este día sí importa, pues decidí que era el momento, sin embargo no recuerdo con exactitud que día fue. Las tardes, comidas y desayunos con ella, pláticas, búsquedas e inestabilidades, ya habían sido suficientes.

Es extraordinaria, sin duda, pero su indecisión, ¡caray! su maldita indecisión…Y aunque fue fugaz, nunca la olvidaré. Después de todo, creo que no la amaba tanto como para esperar toda la vida por ella…

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