Para efectos II

PARA EFECTOS

 

(SEGUNDA DE DOS PARTES)

 

UNA HISTORIA DE FRANCESES ANTE LOS OJOS MEXICANOS

 Por Alejandro Zeind

Twitter: @AlejandroZeind

 

Nous sommes tant supérieurs aux mexicains en organisation,

discipline, race, moral et raffinement que vous pouvez annoncer

à sa majesté impérial, Napoléon III, qu’à partir de maintenant et

à la tête de 6000 vaillants hommes, je suis le maitre du Mexique.

 

[Somos tan superiores a los mexicanos, en organización, en disciplina,

 raza, moral y refinamiento de sensibilidades, que desde este momento,

al mando de nuestros 6000 valientes soldados, soy el amo de México.]

 

Gral. Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez

en los días previos a la Batalla de Puebla

 

 

 

Mexicains de merde, pensó François durante las primeras ponencias de los Ministros de la Suprema Corte de aquél país, cuya soberanía su antecesor, con todo y celebridad a su lado y en su lecho, había despreciado. Era lo único que le servía del legado que le dejó aquel personaje de zapatito de tacón alto y perfil ultraconservador que encabezó la clase dirigente de la República Francesa. Al menos en ese momento, a François le servía, más que nunca ese bien político llamado Florence.

La francesa le serviría para recuperar, al menos un poco, el capital político perdido por su inteligente medida fiscal de castigar a los ricos, solo por ser ricos. El socialismo francés gobernando a costa de lo que sea. Liberté, égalité, fraternité. Florence como un objeto útil ahora, pero como un bien desechable después. Al fin que en Francia, pensaba François (qué nombre tan francés), mientras sirva para unir a la Republique no importa que sea una bandera que a veces esté en las manos conservadoras y otras tantas en las liberales.

Así entonces Presidente, propondría a esta Sala la concesión de un amparo liso y llano, y ordenar de inmediato la libertad de la quejosa…la frase de la Ministra Sánchez Cordero resonaba en los noticieros de la noche francesa, en vivo, a todo volumen. Un giro inesperado, una decisión sorpresiva considerando cómo había iniciado la sesión. El vigésimo cuarto Presidente de la República Francesa lo tenía ya en las manos, el plan prometía ser todo un éxito. Esto, pensó, abonará a lo ganado por la invasión a Mali. ¿Le Pen? Se va a revolcar en su cama, remató. Ni Depardieu le va a quitar ese triunfo. Es de él nada más, aunque Florence le dé las gracias a Sarkozy.

Unos minutos después, el montaje estaba planeado, listo para ser ejecutado. Si los mexicanos pueden crear imágenes para controlar a su pueblo, los franceses con mayor razón, son más poderosos, son europeos, ellos mandan (siempre y cuando quiera Alemania).

Las cadenas televisivas estaban listas. El Joaquín López Doriga de la Francia tenía su guion preparado. Florence como Jefe de Estado. Cassez como heroína nacional. El policía corrupto mexicano, mano derecha del expresidente mexicano, se ruborizaría ante tal despliegue de producción. El abogado mexicano de la francesa pasaría a segundo plano. Él no merece la televisión, la merece el abogado francés, cuya única gracia fue tratar de entender el juicio de amparo tan mexicano y ver su cuenta inflada por los euros. Pero ahí estaba la francesa, disponible para todos: para unos medios de comunicación sedientos, para una familia que la extrañaba, para los políticos que buscaban acrecentar su capital ante las masas.

Air France. Primera clase, cortesía del socialismo francés. Libertad, cortesía de un sistema de procuración y administración de justicia fallido. Encima del Atlántico, Florence respiraba el aire reciclado del equipo aeronáutico, pero aun así mejor que el de Tepepan. Consciente del montaje que la había hundido durante siete años, sabía del montaje que la esperaba. ¿Inocente? ¿Culpable? Eso no importaba en Francia. La francesa se había convertido en noticia estelar, en capital político, en rating televisivo. A nadie le importaba su relación con su novio mexicain. Mientras tanto, del otro lado del océano, ciento diez millones de mexicanos contemplamos cómo los montajes franceses también crean realidades a partir de las mentiras.

Florence Cassez, inocente. Eso nunca lo sabremos en México. Culpable, mucho menos. Para los franceses es convenientemente inocente. Para la misma Florence, la duda sobre su inocencia o culpabilidad será el lastre que cargará por el resto de su vida. La duda que siempre pesará en ella, desde el rancho Las Chinitas hasta La Madeleine.

 

En tierra por fin. François en el Palacio, esperando a vivir su propio espectáculo, sin importar el cansancio o la dignidad misma de Florence. Fils de pute, pensó por un momento el Presidente cuando un golpe de realidad le hizo recordar que Obelix había dejado de ser francés y ahora era ruso. Florence, sí Florence, era francesa, era libre, y era lo único que importaba. La utilización del prójimo por el «prójimo» en su máximo esplendor.

 

En esos momentos, el expresidente mexicano se retorcía en su cama, durante la madrugada bostoniana, aborreciendo su derrota, pero disfrutando de la idea, que alguien le vendió, que podía ser académico en una universidad Ivy League. Maldita Corte, pensaría en la intimidad del olvido.

El gobierno francés creando la legitimidad y el consentimiento. Chomsky comprobando que su teoría no se reduce a los yanquis, sino también se aplica a los progresistas franceses. Francia como un reality show. Florence como un bien destinado al olvido cuando deje de servir.

En plena conferencia de prensa, en horario triple AAA, Florence no lo esconde, lo tiene todavía en sus pensamientos. Es el hombre y nombre que provoca que una culpabilidad, real o no real, sea el rasgo que la acompañe hasta la muerte. Israel. Al final, después de inhalar profundamente, remata con una afirmación lapidaria:

Mi historia no es la única en México.

 

Tiene razón.

 

 

 

 

Un comentario en “Para efectos II

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