Cuando la Fe está Perdida

Por Vanessa Puga

Desde que el hombre tiene memoria, se ha dedicado a enseñar. Primero era una actividad lógica y consecuente de tener hijos y de que las sociedades iban creciendo: para sobrevivir había que pasar de una generación a otra los conocimientos básicos de caza, elaboración de alimentos y de ropajes. Conforme las sociedades y los tiempos fueron cambiando, también se fueron transmitiendo las cualidades para otros asuntos, como navegar un barco o ser un excelente herrero, es decir se fueron transmitiendo los secretos de los oficios.

Si bien desde el periodo grecorromano se empezó a enseñar a los pupilos, el concepto de “educación” y de “enseñanza” que tenemos hoy en día es en extremo distinto al de los antiguos griegos e indudablemente indefinible. En lo personal, a veces me recuerdan a los fantasmas: todos hablan de ellos, pero nunca nadie los ha visto.

Sin embargo no es mi afán definirlos. Es sólo recordar que desde que el hombre tiene memoria se ha dedicado a esto: a la transmisión de conocimiento. Cada quien ha tenido su teoría de cómo ha de hacerse y de dónde proviene realmente el conocimiento. El origen del conocimiento es lo de menos para mí ahorita, lo importante es que nos dedicamos como seres humanos a enseñar a nuestros congéneres.

Para mí en particular todo en cuanto a enseñanza se refiere me parece por demás apasionante. Leer las teorías de grandes filósofos como John Dewey o Rousseau así como las propuestas y métodos de los grandes pedagogos, como Paulo Freire, María Montessori o Jean Piaget me encanta. Y precisamente porque para mí la educación y la pedagogía son el alimento constante de mi cerebro y de mi formación académica, es que me enfrento a un grave problema en este punto de mi vida: ¿qué pasa cuando se pierde la fe?

Irónicamente, pienso yo, en una cultura globalizada con ciencias tan específicas (ya no es sólo Física, ahora es Física Nuclear, Física Cuántica, Termodinámica, en fin, un millar de especialidades dentro de una misma rama), ante el conocimiento en cambio constante, masivo y terriblemente veloz, los seres humanos no podemos saberlo todo y debemos aceptar eso como premisa.

No aceptarla nos condena eternamente a querer comernos el mundo a mordidas, sin conseguirlo y sin comprender a nuestros congéneres. Pero de cualquier forma, en las universidades se está tratando formar especialistas, expertos en su área, en su rama, en su microuniverso contenido en uno más grande: el del saber creado por la humanidad.

Es una tarea titánica: instruir a las nuevas generaciones de tal forma que absorban la mayor cantidad posible de conocimiento que se pueda de una rama, sin perder de vista la imagen panorámica de lo que es el mundo. No es fácil, es cuasi imposible. Y es peor cuando nos enfrentamos a lo que ocurre hoy en día: la fe se ha perdido.

Entre la cantidad bestial de información que los medios de comunicación, particularmente Internet, generan, aunado a ese querer vivir conectados todo el tiempo, en todo lugar (el auge de los smartphones nos lo recuerda: es estar conectado perennemente) se ha provocado que las nuevas generaciones sean a la vez menos impresionables y mucho más soberbias: “Ya lo sé todo y lo que no, lo googleo y se acabó”. A su vez, este fenómeno está provocando que las generaciones mayores, esas que se encargan de educar a las nuevas, hayan perdido la fe y el ánimo.

Yo lo veo día  a día. Conozco un profesor que tras varios años de dar clases en una escuela privada ya no cree que esté formando profesionistas,  lo que  hace es “vender ilusiones”. Ante la urgencia de su lugar de trabajo por generar dinero, ya ningún alumno reprueba, así sea la bestia más peluda con la que uno se pueda encontrar. “Es una colegiatura más, no lo podemos dejar ir”. Y ese profesor que en sus buenas épocas inspiró a más de tres alumnos, ahora va desganado, cabizbajo, a luchar una batalla que ya sabe, o de menos siente, perdida de antemano. Me recuerda a Freire, diciéndonos que no perdamos la esperanza, por más desesperanzadoras que sean las circunstancias. Porque si llegamos, como profesores, rendidos ante los alumnos, entonces ya no tiene ningún caso continuar con la labor educativa.

¿Qué hacer cuando la fe está perdida? Como profesor, probablemente lo más conveniente sería renunciar… pero temo que eso provoque un abandono masivo de uno de los oficios más vitales en este planeta (aunque igualmente de los más vapuleados y despreciados por la sociedad). En realidad hay que mantener el espíritu vivo. Temo que uno de los grandes errores de la humanidad sea la soberbia. Pensar que ya lo sé todo, sea porque San Google me lo dijo o porque tengo toda la experiencia del mundo, es caer en la soberbia absoluta y cerrarse de lleno a lo nuevo.

No hay mayor emoción ni mayor fulgor en los ojos que el que hay en un apersona que acaba de descubrir algo nuevo. “¡Aprendí la letra A, mami!” grita un pequeño emocionado que siente que todo un mundo nuevo se abre ante sí al reconocer una letra. “Hoy leí un libro maravilloso”, y las ansias se exudan por cada poro de la joven que muere por compartir lo que acaba de leer, de aprender.

Hay que vencer la soberbia: no importa la edad, no lo sabemos todo. Nadie, nunca, jamás lo sabrá todo. Aceptemos esa premisa y abramos la mente para seguir aprendiendo, a los 10, a los 15, a los 98 años de edad. Eso es lo de menos. Particularmente los profesores. Freire nos dice que para enseñar hay que estar en un proceso constante de aprendizaje. Un profesor nuevo, que prepara sus clases con ánimo, invariablemente brilla más y capta más la atención que el profesor que lleva un lustro dictando la misma cátedra.

Hoy no me pongo a discutir que las generaciones nuevas cada vez son un reto mayor y que pueden colmar la paciencia  del mejor profesor que pueda tener una escuela. Sin embargo, me atrevo a hacer la invitación: intenten aprender de nuevo mientras quieran ser profesores. Boten la soberbia de que ya todo lo saben, de que los chicos son unos tontos que nada quieren aprender. Nadie es caso perdido. Recuerden lo maravilloso que es aprender algo nuevo. Contágiense de conocimiento. El saber es, indudablemente, contagioso. Lean algo nuevo cada día y salgan a transmitirlo de una u otra forma.  Desechen la soberbia para recuperar la fe. Sólo así se podrá dar el primer paso (de tantos necesarios) para ir ganándole terreno a la nefasta situación actual de la Educación Mexicana.

4 comentarios en “Cuando la Fe está Perdida

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  2. al leer acerca de la labor de los pedagogos y especificamente de los profesores, me viene a la mente la imagen de una perona que comienza a volar un cometaa(papalote), despues toma dos, tres , hasta cuatro.Despues de un rato se da cuenta que ya no es facil, ni diveri¡tido, es mas, esta en serios problemas para controlar los cuatro, no se diga para regresarlos a tierra, pero,¡¿no habra otros que en vez de solo mirar, lo ayuden? si cada quien toma en cotrol de UN papalote todos tendran una experiencia placentera, resumen (no hay que hacer piruetas por controlar mas de lo que esta en nuestras manos)

    • Es muy cierto, Nohemí: sería recomendable que los demás se acercaran a ayudar. Eso de ver como alguien más «está muriendo solo» no es correcto. A veces me pregunto si no somos capaces de echar una mano amiga (como alumno echarle más ganas para que tanto compañeros como maestros se animen un poco más; como profesor dar nuevas ideas a un colega para poder animar a un grupo que parece bulto) por cuestiones de falta de inspiración o por miedo. El miedo a veces provoca que no nos arriesguemos, aunque la situación pida a gritos que lo hagamos.

      Supongo que como pedagogos (en proceso) tenemos mucho que reflexionar, ante todo, ser capaces de no olvidar nuestras reflexiones cuando estamos fuera de la situación, para que al estar inmersos en ella no perdamos de vista lo más importante: no perder la motivación inicial ni el ahínco, por muy iluso que pueda sonar.

      Gracias por tu comentario 🙂

      Vanessa Puga

  3. El ser humano se distingue por seguir siempre la ley del mínimo esfuerzo y a eso se debe que se deja manipular por otros, pues resulta más fácil culpar a los demás que tomar una decisión propia. En lo que respecta a la educación no hay excepciones a la regla, pues la gente no tiene la iniciativa de comenzar a investigar por sí misma. Visiten una universidad privada y el sitio más popular es la cafetería y no la biblioteca.

    Después de 10 años de dar clases de inglés, he descubierto que el papel del maestro se reduce a ser guía -bien informado y con conocimientos- y no formador. Me refiero a que el pedagogo debe hacer que el alumno descubra sus propias capacidades intrínsecas de descubrir el mundo por medio del conocimiento y eligiendo lo que realmente le es necesario. La educación la consideramos como un proceso pasivo, en que una persona está al frente y otras escuchándolo, sin que haya una invitación a procesar la información que se imparte y hacerla de utilidad para nuestras propias personas, los demás y en la vida cotidiana.

    Si bien he encontrado excepciones de gente completamente cerrada a querer aprender, lo cierto es que yo nunca perderé la fe: al contrario. Es mi papel el hacer que la gente descubra sus habilidades y gustos e invitarla a pensar. Lo difícil al entrar a un salón de clases no es usar técnicas de enseñanza, sino darle al alumno la actitud adecuada para que quiera aprender. Ahora existe un exceso de «técnicas y métodos de aprendizaje» que pasan por alto el construir la personalidad del enseñante. Todo lo quieren resolver con jueguitos, paneles y demás, pero si el maestro carece de conocimientos o la vocación de esta profesión, todo se va al traste, como actualmente sucede.

    Se debe cultivar el imponer el hábito al alumno de hacer cosas por sí mismo. Basta ver la gran cantidad de e.mails y mensajes que diariamente recibimos para comprobar con vergüenza que la gente no sabe redactar, falla en ortografía y puntuación y lo que dice es ininteligible. Todos se quejan de que «no les enseñaron», pero tampoco hacen por ir a una librería y comprarse un manual de gramática para ir mejorando. Y muchos maestros recomiendan leer cuando los primeros que no tienen ese hábito son ellos mismos. A predicar con el ejemplo, coleguitas.

    Mientras la educación siga siendo considerada como un proceso estructurado en exceso y rígido en vez de un juego en que el alumno es el protagonista principal, las cosas seguirán mal. Yo nunca dejo tarea: recomiendo que vean DVDs con subt♂tulos en inglés, que escuchen diálogos -no cancjiones, pues cuando viajen al extranjero les van a hablar, no a cantar-, que vayan a una librería e investiguen qué tipo de libros hay en inglés, que encuentren un tema que les guste y que se pongan a leer. Es un proceso efectivo en el cual aprenden, se divierten y practican estructuras, revisan ortografía, conocen vocabulario y ven que hay información en otros idiomas que en el suyo propio no existe. O escribir algo que les surja del corazón y expresar lo que realmente quieren decir para plasmarlo correctamente.

    La fe que yo tengo es que la gente debe hacer algo por mejorar día con día por sí misma. Es mi papel como maestro alentarla para que logre esa meta. Como budista Zen que soy, siempre insistiré que el Satori (la iluminación) es una meta que se alcanza solo, y nadie lo va a hacer por mí sino yo mismo. Y así sucede en la vida cotidiana. Así que a no perder la fe ni sentirse redentor: no se puede obligar a alguien a hacer lo que no quiere, ni se abandona una vocación porque no lo quieren seguir a uno. «Muchos fueron los llamados y pocos los elegidos», dice su Nuevo Testamento, ¿o no? Habrá gente que esté dispuesta a salir del hoyo y otros no. Pero con que UNO SOLO lo logre, me considero más que satisfecho con mi labor.

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