La inteligencia modesta

«Saber mucho no es lo mismo que ser inteligente. La inteligencia no es sólo información, sino también juicio, la manera en que se recoge y maneja la información.»

—Carl Sagan

La semana pasada les comentaba en mi columna que creer que lo sabemos todo mata la curiosidad de una forma contundente y hoy quisiera ahondar un poco más en el tema. Me parece importante recalcar que lo peor que le puede pasar a una persona inteligente es creerse demasiado inteligente.

El problema de saberse inteligente es caer en el asunto de la soberbia, lo cual puede bloquear la tan necesaria curiosidad para seguir aprendiendo y no sólo aprendiendo, sino maravillándose con el mundo. Empecemos con algo que tal vez les cause ruido:

Creerse inteligente no es necesariamente sinónimo de ser inteligente.
Una persona verdaderamente inteligente debe saber ser humilde. Para mí es más inteligente  el que se sigue reconociendo como parte del resto de la humanidad que aquél que no le tiene paciencia al resto de los pobres mortales. Creo firmemente en los modelos de enseñanza y de comunicación que pregonan que entre más se da uno de sí mismo más se obtiene en lo personal y se crece en lo colectivo. ¿De qué sirve tener conocimiento si no se sabe transmitir? ¿De qué sirve ser inteligente si no se sabe conectar con el resto de la humanidad?
Siempre se puede aprender de alguien más, ¡siempre! Es cosa de estar dispuesto a hacerlo, de no levantar muros y sojuzgar al mundo antes de darle una oportunidad. ¿Que nos pueden decepcionar o hacernos perder la paciencia? Es cierto, pero el simple hecho de intentarlo vale la pena.
Foto 02-09-13 19 55 55Por ello admiro infinitamente a los maestros que saben transmitir conocimiento. No a los petulantes que usan el saber como un arma o un escudo, como una joya que sirve para presumir, o a los pobres incautos que se nota que poseen el conocimiento pero desconocen el cómo hacerlo llegar a los demás. Los maestros más humildes y abiertos al diálogo son los que más marcas han dejado en mí, los que me han hecho descubrir esta pasión por la enseñanza. Ser inteligente es saber ser humilde y estar dispuesto a aprender de los demás. No a sobajarlos y hacerles notar sus fallas como algo humillante. Saber decir la Verdad no debe ser sinónimo de herir a todos a nuestro alrededor. También el ser sutil y fino es mostrar más inteligencia que el resto del mundo. Es mejor despertar el interés por saber más en los que nos rodean, que alejarlos y cortar el diálogo antes de siquiera empezarlo.
Un poco de modestia hace la gran diferencia. Por eso creo que para que la curiosidad pueda mantenerse viva y nos lleve a aprender más, debemos poseer una inteligencia modesta. No se trata de sentirse menos o navegar con bandera de tonto, sino de poder decir «No estoy seguro de saber lo mismo que él o ella» y estar abierto a aprender.
El aprendizaje más rico se construye al compartir el conocimiento, mucho o poco, de los que participan en el proceso de aprender. Poner de  nuestra parte es vital para conseguir aprender, particularmente cuando se trata del aprendizaje autodidacta.
¿Por qué insistir en el aprendizaje autodidacta, en la creatividad y en el no creer que lo sabemos todo? Porque no sabemos lo que va a pasar en el futuro. Y antes de que me zapeen por acotar lo obvio, piénsenlo. No lo digo en el plan de «el futuro es una hoja en blanco» y «escribe lo que quieras para tu futuro», sino en la idea de la educación y la economía: no sabemos qué va a pasar. Seguimos usando modelos del siglo XIX para educar a las generaciones del siglo XXI cuando hemos vivido cambios tan grandes que la gente sigue preguntándose «¿qué pasó?». Cuando antes el modelo era «Estudia, trabaja, cásate, ten hijos y mantenlos con el mismo trabajo que has tenido desde los veititantos años». Hoy en día ese modelo (que le ha fracasado a la mayor parte de la generación de nuestros padres) no es aplicable. El mundo va cambiando a una velocidad que causa vértigo y nos obliga a estar atentos y ajustarnos a los cambios.  Por eso mismo, creer que lo sabemos todo nos va a sacar de la jugada. Los invito a reflexionar sobre todo lo que creen saber, incluyendo el cómo aprendieron, y qué tan abiertos están a que los demás les recalquen sus errores. Les dejo el siguiente video de Sir Ken Robinson, hablando acerca, precisamente de cómo la escuela mata la creatividad y el gran daño que ello representa ante una sociedad globalizada que cambia a cada segundo:

Y ustedes, ¿se consideran partidarios de la inteligencia modesta?

Diálogo entre culturas


Jorge González Camarena. La fusión de dos culturas. Acrílico sobre tela. 1963.

Por José Daniel Guerrero Gálvez (Oquitzin Azcatl)

josedanielkya@gmail.com

Nuestro Mundo está en peligro, todos los días, a toda hora, en cada instante. Ese peligro proviene de nuestra capacidad de diálogo dependiendo del nivel que tengan los participantes y su habilidad de reconocer a uno mismo o al otro; eso, muchos lo definen como tolerancia para determinar cierto grado de aceptación hacia ideas, posturas o estados, pero no es suficiente, requiere de algo más, de una aceptación total con la consecuente eliminación de estereotipos que derivan en prejuicios y después en discriminación.

¿Cómo lograr esta eliminación? De inicio, no es nada sencillo, pues implica cultivarse; es decir, educarse, conocerse y dominarse a uno mismo (Nicol, 1989; 453-459). En particular, educarse es la forma de adquisición de la cultura, ese “conjunto de las facultades y habilidades puramente instintivas de que dispone un grupo de hombres para mantenerse vivo singular y colectivamente (Abbagnano y Visalberghi, 1964; 6), o de forma general si se prefiere, “… de modos de vida, costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social…” (DRAE, 2001). Tal educación, en la forma de educado, es requerida para lograr esa aceptación total de otras formas de ser, de otros modos de vida y que no es incondicional, necesita de ajustes que sólo el diálogo, sea oral o escrito, logra en la búsqueda de conformidad y unión que requieren las culturas y sus miembros.

La cultura está presente en cada uno de los objetos de una sociedad y acercarse a cualquiera implica una diversidad de caminos que también afecta a la propia porque no es posible entender otras culturas sino se entiende a la que uno pertenece. Estos objetos culturales son físicos y se le atribuyen una significación y sentido en las sociedades a las que pertenecen; son muy variados, dos de estos, vinculados con las formas de diálogo, son el mito y la leyenda. Como narraciones de sucesos, son la memoria de una sociedad que trasciende a pueblos y civilizaciones pues mientras el mito es una narración atemporal con personajes divinos y heroicos que permiten construir cosmogonías; la leyenda relata sucesos de índole más tradicional que transmiten de generación a generación noticias, ritos, costumbres, modos de vida, doctrinas, entre otras cosas. Ambos objetos, se han valido de la oralidad y la escritura como tecnologías de la palabra (Ong, 1987), para llegar a nuestros días y son capaces de describirnos en la atemporalidad, las culturas humanas y su desarrollo.

Qué práctico es acercarse a las culturas a través de sus mitos y leyendas, como turista en su verdadera dimensión es con lo primero que uno se encuentra pero, no basta conocerlos, ni entenderlos; es requisito indispensable comprender nuestra propia cultura para lograr un entendimiento, una aceptación total y recíproca. El diálogo entre culturas no es unidireccional porque entonces no sería diálogo sino dominación, aspecto que en la actualidad es peligroso para nuestras sociedades cuando se caracterizan como pluriculturales y con una inmensidad de objetos culturales otorgados por derecho de antigüedad; por eso nuestro Mundo está en peligro.

Ejemplos, hay muchos; cercanos, nuestro propio continente: América. Divida en tres partes (mestizos, indígenas y afroamericanos), el diálogo de estas culturas siempre se ha caracterizado por la dominación principalmente de la cultura occidental perteneciente a la población mestiza en detrimento de las otras dos provocando que estos mitos y leyendas, y otros objetos, provenientes de estas culturas no se conviertan en un medio de acercamiento a través del diálogo sino en un folclore (folclor, folklore o folklor), no pensado en su esencia sino en su perversión economicista, como mercancía.

El diálogo entre culturas es responsabilidad de sus miembros. El ser humano de hoy ya no puede permanecer estático en un mundo cambiante donde las culturas se enriquecen una con otra, en el mejor de los casos o se dominan entre ellas, en el extremo negativo; su postura debe ser dinámica, no hay nada físico constante, los significados y sentidos dentro de una cultura son cambiantes por el proceso de enriquecimiento o eliminación. Lo único constante, no será la cultura, ni la propia educación, será algo más inherente a la naturaleza humana, una acción y un efecto: el aprendizaje.

Bibliografía

Abbagnano, N. y Visalberghi, A. (1964). Historia de la Pedagogía. México: Fondo de Cultura Económica.

Nicol, E. (1989). Sócrates: que la hombría se aprende. En A. Aguirre (Comp.), Eduardo Nicol. Las ideas y los días: Artículos e inéditos (1939-1989) (453-459). México: Afínita Editorial.

Ong, W. J. (1987). Oralidad y escritura: Tecnologías de la palabra. México: Fondo de Cultura Económica.

La ingenuidad vs. las armas

Por Lizeth Rasán

Estamos en la inteligencia y confiamos a los expertos diseñar y crear haberes que de alguna manera posibilitan nuestra capacidad de adaptación al entorno social y el tan maltratado medio ambiente. Cada individuo busca asimismo su propia complacencia en forma esencial y la pretensión de obtener alguna satisfacción, que nunca es considerada exigua. Y aceptamos la organización profusa, pero no aceptamos la negligencia, al menos no deberíamos aceptarla. Y ansiamos el ingenio y la desenvoltura de la influencia de toda clase de objetos artificiales tecnológicos que organicen nuestras tareas.

Esta preparación la formamos en los niños que imitan el impulso y fomenta, en ellos y en nosotros, nuestra valiosa y vital capacidad de adaptación. Inclusive podemos describir el uso simbólico que confiere la satisfacción de nuestras necesidades, o más bien podríamos describirlas como pasiones; una clase de apetito creado, no por nosotros sino por la información que nos alimenta en el cine, la publicidad, las noticias, los rumores de la televisión, la web y toda clase de publicación. Podemos hacernos una definición de la vida por la capacidad de adaptación que todos manifestamos. Esta es una interpretación aplicable a todas las personas; pero el criterio de la adaptación se fundamenta en mantener vivo lo vivo. La contradicción estriba en que las tecnologías al servicio  nuestro quedan reducidas por el fin y la funcionalidad que nos ofrecen. Los juicios éticos no son aplicables a las tecnologías, sino al uso que se hace de ellas. Un arma permite ser  utilizada en distintas oportunidades: para matar a una persona y apropiarse de sus bienes, matar a una persona durante un enfrentamiento bélico en defensa propia, o para salvar una vida humana, matando un animal peligroso que la transgrede y evita preservar la vida. 

Los ejemplos descritos por el cine son varios, algunos en referencia a cierto episodio y los estragos  ocurridos en un tiroteo durante 1999 en la escuela Columbine High School en E.E.U.U. Elephant de Gus Van Sant (2003). El título del film se refiere a la frase inglesa an elephant in the room (¿acaso tiene cabida un impetuoso elefante dentro de una pequeña habitación?) y  fue usada para apuntar los problemas desmesurados que todos desdeñamos y desatendemos a propósito, con la defensa siempre presente como un as bajo nuestra manga.

La vida cotidiana de los alumnos se esboza desde distintas líneas, permitiendo distinguir claramente los roles de los protagonistas adolescentes, que terminan conectados al estallar el infortunado siniestro. Se trata de una reconstrucción de la tragedia que hizo convulsionar a la población estadounidense y con ella al mundo.

Ficha técnica. Título: Elephant. “Elefante”. Dirección Gus Van Sant. Producción Danny Wolf. Guión Gus Van Sant. Productor ejecutivo Bill Robinson. Fotografía por Harris Savides. Montaje por Gus Van Sant. Casting: Mali Finn. Danny Stoltz. Dirección Artística por Benjamin Hayden. Reparto: John Robinson, Alex Frost, Eric Deulen, Elias McConnell. Diseño de vestuario por Marychris Mass. Dirección de Producción Jen Wall. País Estados Unidos. Año 2003. Género: Drama.

Masacre en Columbine (Bowling for Columbine), documental dirigido por Michael Moore (2002). El título es un juego de palabras ya que, en inglés estadounidense, bowling tiene más significados aparte de «jugar a los bolos», y estos son: voltear, empujar, merodear, precipitar, arrojar, desorientar, sorprender y dejar desconcertado. Así el título puede transcribirse y describir distintas conductas, por ejemplo: «Empujar a los de Columbine» o «Permanecer desconcertado por el proceso en Columbine». Nos permite realizar una reflexión acerca de la naturaleza de la violencia humana. En el documental se reconocen la violencia (en las escuelas estadounidenses), el uso de armas (en el sector civil) y la especulación en torno al miedo.

Se muestra, desde el punto de vista de Moore, cómo los ciudadanos estadounidenses viven absortos en el miedo y la ignorancia, causados principalmente por una información parcial,  inadecuada, deficiente y fragmentada, muchas veces estimulada por los medios masivos de comunicación en canciones y películas triviales. Y plantea la acción conformista en la que su pensamiento elige la única alternativa que confluye y se practica indiscriminadamente por una extensiva mayoría: el uso y posesión de armas, por niños, jóvenes y adultos.

Convirtiendo así a esta sociedad militarizada y agresiva en una familia típica, que en su casa guarda una despensa muy heterogénea: desde bolsas con arroz hasta bolsas con balas, envases con leche y estuches con rifles, muchas rebanadas de jamón y muchas ideas de inseguridad y odio.

Igualmente, el documental de Moore bosqueja el uso extendido de las armas de fuego y su comercialización como parte de un proceso tan natural que cualquier persona común puede adquirirlas en un supermercado. También la presentación del documental expresa que ese tipo de idea es inculcada desde la infancia por influencia familiar: los padres muestran a sus hijos, a través del uso de los llamados juegos virtuales en la videoconsola (el playstation –o estación de juego- creada a partir de 1990, esta consola es pionera en el empleo del CD-ROM como soporte de almacenamiento para sus juegos, prescindiendo de los cartuchos convencionales. Popularmente se considera a esta videoconsola la más exitosa de la quinta generación tanto en ventas y popularidad. Se estima que en todo el mundo Sony logró vender 102,5 millones de unidades de su videoconsola).

En ocasiones, estos juegos  son la única posibilidad de adaptación social entre los niños y los jóvenes, mediante la completa evasión de la realidad. Moore recalca que la sociedad estadounidense posee muchos conceptos incorrectos, por ejemplo: “Enhorabuena,  ¡por tener armas eres más responsable!” o bien,   “¡Si no tienes armas, eres negligente!”.

Ficha técnica. Bowling for Columbine. Título “Bowling for Columbine”, llamada “Masacre en Columbine” en México. Dirección Michael Moore. Guión Michael Moore. Will Drake. Música Jeff Gibbs. Sonido James Demer. Fotografía Brian Danitz. Ed Kukla. Michael McDonough. Montaje Kurt Engfehr. Efectos especiales Will Drake. Reparto Jacobo Arbenz, Mike Bradley, Arthur A. Busch, George Bush, George W. Bush. Paises Estados Unidos. Canadá. Alemania. Año 2002. Género Documental. Duración 120 minutos. Obtuvo distintos homenajes: -Premio del 55º aniversario del Festival de Cannes. -Premio César de la Academia de Cinematografía Francesa a la mejor película extranjera en 2003. -Oscar al mejor largometraje documental en 2002.

Las armas, los videojuegos y otras tecnologías, deben servir a la exploración de la imaginación, a la explotación de los beneficios comunes que existen de practicar la cacería en conjunto, para alimentarnos el estómago, tal vez el ego, extender su práctica a la capacidad de orientar y de ayudar a personas especiales a adaptarse; que los artefactos creados nos devuelvan la intención original para la que fueron diseñados: servirnos y ser un bien que nos resuelve nuestras necesidades esenciales. La tecnología no puede ser la causa de la destrucción en la mente, de los sueños y las aspiraciones de los individuos. La tecnología no debería acabar con la vida.

Su transición, llevada a cabo por el artefacto, de un estado inicial a un estado final debe dar un giro de intención social, de voluntad común, de deseo colectivo. Debemos prestar atención a los que reclaman desde el suelo abatidos. Pueden ser nuestros hijos o sus amigos. Debemos regular el ambiente y mantener condiciones constantes y estables que nos devuelvan un clima de evidente permanencia, autorregulación y un ajuste dinámico del equilibrio social. Cuando la función principal de los objetos tecnológicos es la simbólica, estos no satisfacen las necesidades básicas de las personas y por el contrario se convierten en medios nocivos para establecer estatus social y relaciones de poder. Están diseñados para empequeñecer, deslumbrar, asombrar, mostrar  humildad frente a poderío económico.

Las tecnologías disponibles en toda cultura condicionan su forma de organización social, así como la forma de concebir e interpretar el mundo por una persona, grupo o época: la cosmovisión de una cultura condiciona las tecnologías que están disponibles y se pretende usar. La evolución tecnológica y el desarrollo social están unidos. Debe ser la tarea de todos.

No causar daño pronosticable a las personas, ni  ocasionar daño innecesario a las restantes formas de vida (animales y plantas). Si podemos mejorar, debemos asegurar las condiciones básicas de vida de todas las personas, independientemente de su poder adquisitivo.  La tecnología y su uso: no será represivo y deberá respetar los derechos y posibilidades de elección de sus usuarios con carácter voluntario y la consideración de los sujetos que usan la tecnología de forma involuntaria. La utilización de la tecnología no deberá tener efectos generalizados irreversibles, aunque estos parezcan a primera vista ser beneficiosos o neutros en el medio ambiente  que todos los seres humanos compartimos.

Arte contemporáneo desde los ojos de los niños

Por Vanessa Puga

Vengo a confesarles algo: si bien me considero inteligente y culta, soy verdaderamente una piedra para la apreciación del arte. Si bien puedo decir que me gusta un cuadro o me disgusta, mi capacidad de realmente apreciarlo es mínima. Puede ser falta de estímulo y educación en ese aspecto, también puede ser falta de sensibilidad. O al menos a esa conclusión llegué recientemente.

Ante mi idea de que mi falta de apreciación artística se debía a la falta de educación y proximidad a museos, exposiciones y demás, decidí llevar a mi pequeño a un museo. Visité, en el día de clausura, la exposición que hubo en México de Anette Messager en el Museo de San Ildefonso. Arte contemporáneo. El póster mostraba unos peluches, así que supuse que sería apta para un pequeño de 5 años. ¡Horror! Sí, Messager usa muchos peluches,  lápices de colores, vestidos y similares, pero todo su discurso es bastante tétrico en realidad. Muy poco “apto para niños”… sin embargo mi hijo me enseñó que yo estaba muy equivocada.

Toda la significación que se le podía dar a la obra de Messager (melancolía, tortura, sexualidad, etcétera) es una carga que sólo con los marcos referenciales creados a partir de mis años y mis estudios, de lo que me han enseñado y demás se le puede dar. A los ojos de un pequeño que no cuenta con todo eso es completamente distinto. En varias ocasiones le pregunté qué era lo que veía y sus respuestas eran muy interesantes: donde yo veía una especie de cuerpo disectado, él veía una persona con cara de ratón. Donde yo vi unos dibujos de violación y tortura, él vio unos garabatos aburridos.

"Fun" por Anette Messager

Es impresionante lo que nuestros prejuicios pueden provocar: yo temía que un pequeño de 5 años fuera incapaz de aguantar una exposición de arte en un museo. La sorpresa fue que aguantó 3 exposiciones en 2 museos. ¡Y al día siguiente despertó preguntando a qué nuevo museo iríamos! No debemos dejar que los prejuicios nos detengan: los niños no ven las cosas como nosotros, particularmente el arte.

Es bueno aprovechar su inocencia. De hecho, van a salir muy sorprendidos. Recuerden que los pequeños no tienen todavía ese bagaje que carga de significado las cosas para nosotros. Ellos ven cosas asombrosas donde nosotros podemos ver asuntos macabros. Y llevarlos para que ellos nos enseñen los hace sentirse importantes y atraídos hacia el arte.

Lo que para nosotros tiene un significado, tiene otro para los niños por la diferencia en marcos referenciales y experiencias

Es un buen experimento. Sigo declarándome incompetente para la apreciación artística. Por eso, ya me conseguí un buen maestro: mi hijo.

Vanessa Puga interesada en Educación, estudia Pedagogía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Como parte de sus proyectos maneja PedagoSUA, proyecto de difusión y comunicación para estudiantes de Pedagogía e interesados en Educación.

Trabajo Agotador

Por Vanessa Puga

El tema es cansancio. Muchos pensaron en poner “Estoy demasiado cansado para escribir acerca del cansancio”. Cosas que nos cansan hay miles: la escuela, el estudio, la vida agitada de la ciudad, trabajar. Infinidad de trabajos. Aunque a veces creo que no nos damos cuenta de muchas cosas, por ejemplo, de que a nosotros, con computadora e Internet no nos va tan mal. No nos cansamos tanto como otros con trabajos más rudos.

Empero, ¿quieren conocer un trabajo cansado? Ser madre. No que ser padre no sea cansado, pero ser madre es extenuante. Curiosamente, de menos en mi experiencia, las gratificaciones son enormes, así que la mitad del tiempo el cansancio no se siente.

Hay que tomar en cuenta que ser madre (o padre) no es sólo dar vida: es educar, criar, formar. Se dice que hay dos tipos de educación: la natural y la artificial. Y la más crítica de las dos es la natural, pues es la primera a la que nos enfrentamos: la educación en casa. La artificial, la de la escuela, ya está más sistematizada, pero de nada sirve si el niño no viene con un marco referencial, valores, límites establecidos dentro de la educación natural.

Y esto no es un trabajo fácil. Un hijo es demandante pues es un ser totalmente dependiente y, encima de todo, es una esponjita ávida de estímulos. Aguas con andar diciendo “Demonios” o “Maldita sea” a diestra y siniestra, a menos de que quieran que un bello kindergardeano lo repita como si tal cosa. Enseñarles que hay una razón para todo es bueno… hasta que uno se cansa de contestar el “¿por qué?” por enésima ocasión y dice “Porque lo digo yo”  ya que el pequeño puede responder felizmente “Esa no es una razón”. A ver, díganle que no. ¡Ja! ¡Touchè!

A eso hay que agregarle cosas como las enfermedades. ¿Se imaginan lo que es pasar una o dos noches en vela cuidando a un niño con insomnio porque tiene varicela y la comezón no lo deja dormir? Estar cambiando compresas frías toda la noche para tratar de darle un poco de paz y sosiego a un pequeño que no entiende por qué su rostro está lleno de pústulas y lloró en la tarde porque al verse en el espejo del baño pensó que nadie lo iba a querer otra vez pues se veía medio monstruoso con tantas ronchas pustulosas e infectadas.

Ser madre cansa de tanto partirte el corazón. Aunque por un hijo uno lo pega y repega cada vez que es necesario. Uno se cansa de ver triste a su hijo, de no poder darle todo lo que quisiera. Peor aún cuando, con su candidez infantil, dice cosas como “Yo sí te amo, mami, y por eso no quiero que estés triste”.

Cansa tener que estar en un trabajo, lejos de los hijos, de su crianza, perderse los primeros pasos, las primeras palabras y los primeros logros porque se necesita el dinero para sacarlos adelante… aunque se sabe en el fondo que lo que necesitan en verdad es amor y cariño.

Cansa mantener todo en orden: la casa ordenada (“¡que guardes los juguetes de una vez!”), los platos limpios (“déjalo en el fregadero”), la ropa lavada (“echa eso en la ropa sucia”), ganar un sueldo y encima de todo hacer a un pequeño feliz.

Cansa el escuchar la voz incesante del pequeño que apenas descubrió el poder de las palabras y las repite como loro. Cansa que todo el tiempo quiera ver la televisión y que ceda tan fácil ante las tácticas de la mercadotecnia.

Pero… ¡oh, sí, hay un gran y valioso pero! Todo se olvida en el momento en que llega con una sonrisa tierna y pícara, a hundir el rostro en el regazo mientras uno está frente a la computadora tratando de escribir un ensayo para llegar a la fecha límite de entrega y publicar en la revista… y, con el rostro hundido y los bracitos apretando las piernas fuertemente, sale un sincero “Te amo, mami” y todo el cansancio se viene abajo y la vida vale oro.

Cuando la Fe está Perdida

Por Vanessa Puga

Desde que el hombre tiene memoria, se ha dedicado a enseñar. Primero era una actividad lógica y consecuente de tener hijos y de que las sociedades iban creciendo: para sobrevivir había que pasar de una generación a otra los conocimientos básicos de caza, elaboración de alimentos y de ropajes. Conforme las sociedades y los tiempos fueron cambiando, también se fueron transmitiendo las cualidades para otros asuntos, como navegar un barco o ser un excelente herrero, es decir se fueron transmitiendo los secretos de los oficios.

Si bien desde el periodo grecorromano se empezó a enseñar a los pupilos, el concepto de “educación” y de “enseñanza” que tenemos hoy en día es en extremo distinto al de los antiguos griegos e indudablemente indefinible. En lo personal, a veces me recuerdan a los fantasmas: todos hablan de ellos, pero nunca nadie los ha visto.

Sin embargo no es mi afán definirlos. Es sólo recordar que desde que el hombre tiene memoria se ha dedicado a esto: a la transmisión de conocimiento. Cada quien ha tenido su teoría de cómo ha de hacerse y de dónde proviene realmente el conocimiento. El origen del conocimiento es lo de menos para mí ahorita, lo importante es que nos dedicamos como seres humanos a enseñar a nuestros congéneres.

Para mí en particular todo en cuanto a enseñanza se refiere me parece por demás apasionante. Leer las teorías de grandes filósofos como John Dewey o Rousseau así como las propuestas y métodos de los grandes pedagogos, como Paulo Freire, María Montessori o Jean Piaget me encanta. Y precisamente porque para mí la educación y la pedagogía son el alimento constante de mi cerebro y de mi formación académica, es que me enfrento a un grave problema en este punto de mi vida: ¿qué pasa cuando se pierde la fe?

Irónicamente, pienso yo, en una cultura globalizada con ciencias tan específicas (ya no es sólo Física, ahora es Física Nuclear, Física Cuántica, Termodinámica, en fin, un millar de especialidades dentro de una misma rama), ante el conocimiento en cambio constante, masivo y terriblemente veloz, los seres humanos no podemos saberlo todo y debemos aceptar eso como premisa.

No aceptarla nos condena eternamente a querer comernos el mundo a mordidas, sin conseguirlo y sin comprender a nuestros congéneres. Pero de cualquier forma, en las universidades se está tratando formar especialistas, expertos en su área, en su rama, en su microuniverso contenido en uno más grande: el del saber creado por la humanidad.

Es una tarea titánica: instruir a las nuevas generaciones de tal forma que absorban la mayor cantidad posible de conocimiento que se pueda de una rama, sin perder de vista la imagen panorámica de lo que es el mundo. No es fácil, es cuasi imposible. Y es peor cuando nos enfrentamos a lo que ocurre hoy en día: la fe se ha perdido.

Entre la cantidad bestial de información que los medios de comunicación, particularmente Internet, generan, aunado a ese querer vivir conectados todo el tiempo, en todo lugar (el auge de los smartphones nos lo recuerda: es estar conectado perennemente) se ha provocado que las nuevas generaciones sean a la vez menos impresionables y mucho más soberbias: “Ya lo sé todo y lo que no, lo googleo y se acabó”. A su vez, este fenómeno está provocando que las generaciones mayores, esas que se encargan de educar a las nuevas, hayan perdido la fe y el ánimo.

Yo lo veo día  a día. Conozco un profesor que tras varios años de dar clases en una escuela privada ya no cree que esté formando profesionistas,  lo que  hace es “vender ilusiones”. Ante la urgencia de su lugar de trabajo por generar dinero, ya ningún alumno reprueba, así sea la bestia más peluda con la que uno se pueda encontrar. “Es una colegiatura más, no lo podemos dejar ir”. Y ese profesor que en sus buenas épocas inspiró a más de tres alumnos, ahora va desganado, cabizbajo, a luchar una batalla que ya sabe, o de menos siente, perdida de antemano. Me recuerda a Freire, diciéndonos que no perdamos la esperanza, por más desesperanzadoras que sean las circunstancias. Porque si llegamos, como profesores, rendidos ante los alumnos, entonces ya no tiene ningún caso continuar con la labor educativa.

¿Qué hacer cuando la fe está perdida? Como profesor, probablemente lo más conveniente sería renunciar… pero temo que eso provoque un abandono masivo de uno de los oficios más vitales en este planeta (aunque igualmente de los más vapuleados y despreciados por la sociedad). En realidad hay que mantener el espíritu vivo. Temo que uno de los grandes errores de la humanidad sea la soberbia. Pensar que ya lo sé todo, sea porque San Google me lo dijo o porque tengo toda la experiencia del mundo, es caer en la soberbia absoluta y cerrarse de lleno a lo nuevo.

No hay mayor emoción ni mayor fulgor en los ojos que el que hay en un apersona que acaba de descubrir algo nuevo. “¡Aprendí la letra A, mami!” grita un pequeño emocionado que siente que todo un mundo nuevo se abre ante sí al reconocer una letra. “Hoy leí un libro maravilloso”, y las ansias se exudan por cada poro de la joven que muere por compartir lo que acaba de leer, de aprender.

Hay que vencer la soberbia: no importa la edad, no lo sabemos todo. Nadie, nunca, jamás lo sabrá todo. Aceptemos esa premisa y abramos la mente para seguir aprendiendo, a los 10, a los 15, a los 98 años de edad. Eso es lo de menos. Particularmente los profesores. Freire nos dice que para enseñar hay que estar en un proceso constante de aprendizaje. Un profesor nuevo, que prepara sus clases con ánimo, invariablemente brilla más y capta más la atención que el profesor que lleva un lustro dictando la misma cátedra.

Hoy no me pongo a discutir que las generaciones nuevas cada vez son un reto mayor y que pueden colmar la paciencia  del mejor profesor que pueda tener una escuela. Sin embargo, me atrevo a hacer la invitación: intenten aprender de nuevo mientras quieran ser profesores. Boten la soberbia de que ya todo lo saben, de que los chicos son unos tontos que nada quieren aprender. Nadie es caso perdido. Recuerden lo maravilloso que es aprender algo nuevo. Contágiense de conocimiento. El saber es, indudablemente, contagioso. Lean algo nuevo cada día y salgan a transmitirlo de una u otra forma.  Desechen la soberbia para recuperar la fe. Sólo así se podrá dar el primer paso (de tantos necesarios) para ir ganándole terreno a la nefasta situación actual de la Educación Mexicana.