Historias de Cansados


Por Alberto De Legarreta

Una vez conocí a un niño que se cansaba de todo. Se cansaba de reír, de llorar, de saludar a sus multitudinarios parientes, de lavarse el cabello, de cepillarse los dientes, de levantarse en las mañanas para ir a la escuela, de las tareas y, sobre todo, de las maquetas.

Alguna vez escuché decir a una señora que dormir era aburrido. No quería ir a su casa, ni siquiera cuando su trabajo había terminado, ni cuando su horario se había extendido por horas, ni porque no se le pagaba tiempo extra. Parece que se cansaba de descansar, sola en su hogar.

Conozco a una señorita que se cansa de descansar, también. Se siente incompleta cuando no anda en friega, se siente inútil si se permite un día de relajación, pero se cansa también de no tener ningún momento para ella misma. Cosa extraña, pues parece que el mal hábito de no detenerse lo adquirió cuando no deseaba tener un tiempo a solas. A ella sí le gusta dormir, y por ello no considera que sea aburrido.

Conozco a un hombre incansable… que terminó en el hospital por no descansar. Su abuelo fue su mal ejemplo. Él verdaderamente era un hombre imparable que trabajó mas de 70 años de su vida y cuando acariciaba el siglo se quejaba amargamente porque «se cansaba». Su gran corazón nunca se cansó en realidad: murió asfixiado.

Hace poco vi una película de un hombre que sólo dormía, cansado de todo, cansado siempre. Dormir, comer y dormir. Un peso inmenso pero inexistente le pesaba y terminaba agotándolo diariamente. Depresión. La enfermedad del siglo XXI, dicen. Cansado de todo ello, enloqueció, pero luego se cansó de eso también.

Estoy leyendo un libro sobre un chef que habla de otros chefs. Los describe como inagotables, como locos que no detienen su crecimiento ni un instante, emprendedores o conquistadores incansables. Luego demuestra que todo ello es un mal necesario, un crecer o morir, una falla en el plan. Probablemente estos empresarios no se dan el tiempo para cansarse porque si se detuvieran un momento, se darían cuenta de lo cansado que es lo que hacen.

Conozco a una mujer que está cansada de no poder descansar, a quien le gustaría tener un momento para respirar pero piensa que no puede darse el lujo. Piensa que nadie se ocuparía de «las cosas», que nadie siquiera se preocuparía por ello. No se cansa de decirse que ella puede, que ella debe seguir adelante, que de ella dependen todo y todos, ni siquiera cuando su cuerpo está colapsando por el estrés, reclamándole.

Una vez leí la historia de un guerrero que, como la joven, tenía un deber importante, demasiado importante, heredado de su clan, de su tradición. La misión era todo, siempre mirando al siguiente objetivo. Un día un joven monje logró detenerlo un instante, suficiente para pensar, tan solo un instante, suficiente para que se diera cuenta de algo inesperado: estaba cansado, tan cansado…

También conocí a un mexicano que estaba cansado de su país, de su ciudad, de su gente. Cansado de la corrupción, de la falsa y absurda democracia, de la total mediocridad reinante. Cansado hasta más no poder de las malas noticias, de la falta de esperanza, de las barreras aparentemente infranqueables. Quería hacer algo al respecto pero después al tratar de buscar simpatizantes para su causa, descubrió que ya todos estaban muy cansados de quejarse y nadie quiso hacer nada.

¡Ah!  Y acabo de recordar el caso de un amigo que disfrutaba en demasía del ejercicio físico: practicaba gimnasia. Admiraba mucho a su entrenador, quien le había enseñado el funesto (en mi opinión) adagio de «¡Que descansen los muertos!».

Según veo, me sobran historias de cansancio. Todos nos cansamos por diferentes motivos, pero no parece que hagamos mucho al respecto. ¿Será que en verdad tenemos pensado permitirnos descansar hasta que la muerte lo permita?

2 comentarios en “Historias de Cansados

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